Puntadas sin hilo

La camisa de fuerza de la democracia

Cierto que con el consentimiento de los votantes (y de los no votantes, pero actualmente todos los ciudadanos llevamos puesta una camisa de fuerza como la que impide a los locos sus movimientos; con la diferencia de que en este anómalo caso los locos son quienes nos la han puesto y no los que la llevamos. Se han tensado tanto las cuerdas de la democracia que no podemos revolvernos contra los loqueros. España es un manicomio, y nosotros sufrimos esas reglas de organización y conducta. El Gobierno es el director del centro psiquiátrico, y el Parlamento su Consejo de Administración. No queda resquicio para que la reclamación social de toda índole sea escuchada y atendida. Por culpa de la maldita mayoría absoluta, auténtica marca registrada de este modelo de camisa de fuerza. Si somos buenos y nos portamos bien, dentro de cuatro años, ya dos y medio, nos permitirán la posibilidad de cambiar de marca y sastre, pero entretanto somos enfermos en tratamiento. Si te desmandas te muelen a palos, y si quieres ejercer tus derechos te dejan sin postre, sin recreo y sin trabajo. El Reglamento funciona a la perfección. Y abarca todos los campos, la economía, los derechos laborales, sociales, educativos, humanos. Y el director del Centro no da explicación alguna, no lo considera necesario, ya cuenta con la carta-papeleta de conformidad de ingreso.

No obstante hay locos de primera, locos de segunda, y hasta locos de tercera cuyo número aumenta sin tregua.

En realidad el Centro es una dictadura disfrazada. Aquí no hay descamisados. Y si alguien intenta descamisarse lo apiolan socialmente. Porque en el fondo los locos unos están contentos y otros, resignados. Se saben víctimas sin remisión. Algunos sufren brotes de violencia, pero con la sola queja, puesto que no hay lugar para practicar la acción, son enviados a las celdas de castigo. ‘Todo se puede conseguir sin violencia’, reza en el frontispicio del Centro psiquiátrico, antes llamado manicomio. Como si el nombre cambiara los contenidos.

El tratamiento médico-político es durísimo, te medican contra la protesta y lentamente te van extirpando el aguijón del inconformismo. Algunos locos esconden gasolina, pero pronto son descubiertos. Otros se manifiestan por las tardes en las plazas, calles y jardines del Centro, y los loqueros saben que eso entra en la terapia del desahogo. En los edificios colindantes hay otros centros también psiquiátricos con menos clientes.

Las camisas de fuerza son el uniforme. Lo peor y más humillante de ellas son los esfuerzos que los encamisados hacen con los brazos para, impotentes, intentar liberarse. Porque mataron nuestros físicos, pero no nuestras ansias, nuestros deseos y nuestros corazones. La libertad es la hermana mayor de la democracia. No necesita uniformes. Simplemente, los locos quieren que se les escuche. Yo, al menos, tengo la sensación de estar prisiones dentro de una camisa de fuerza tanto a escala individual como colectivo. No les había votado para esto. No sé si ustedes tienen esa misma sensación o es que efectivamente estoy loco.

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