Puntadas sin hilo

Año Judicial

Lo digo así de claro: Con todas sus imperfecciones, el Poder Judicial es el único soporte que le queda a la democracia española. Sin él, España estaría hundida en el desorden político más acentuado. Y al decir Poder Judicial me refiero a los jueces, no a su estructura administrativa viciada por la nefanda política que los otros poderes del Estado le imprimen o tratan de imponer. Afortunadamente, cuando un juez tiene en sus manos una decisión que puede afectar a los intereses públicos o de los ciudadanos, no vacila en aplicar lo que su conciencia y conocimientos les dicta. Supone una incuria o una perversidad muy común descalificarlos porque sus decisiones no coinciden con nuestros deseos.

El hecho de que el Rey haya inaugurado hoy el nuevo año judicial, con asistencia al pesadísimo acto de todas las fuerzas institucionales, en ningún caso significa que el cuerpo de jueces, que son los que imparten justicia, participe de esta reunión protocolaria. Antinaturalmente son los grandes ausentes de este acto propagandístico de bondades. Las fuerzas llamadas vivas pretenden reflejar que tienen todo controlado a su capricho y conforme a la legalidad acordada también a su capricho. Es como cuando los toreros y cuadrillas saludan obligatoriamente al Presidente de la corrida tras el paseíllo solicitándole la venia, pero luego los toreros son quienes se enfrentan al toro con arreglo a su oficio sin normas que lo ahoguen. Los jueces son soberanos, inamovibles e independientes a la hora de dictar sentencia, sea en la instancia que sea. Resulta pasmosa la facilidad con la que pensamos que tienen intereses ocultos o bastardos. Ello se debe a que en cada español reside un juez ‘in pectore’ y una concepción propia de la justicia. Nosotros somos los únicos que actuamos correctamente en nuestras profesiones y trabajos, pero la negamos de modo gratuito a los jueces, que, aunque disponen del poder que les hemos otorgado sobre las conductas de los ciudadanos, su actividad no deja de ser una profesión. Opinamos y 'sentenciamos' sin conocer las interioridades de los sumarios. ¿Por qué usted es más honrado que un juez?

Lo cómodo, comercial y populista es descalificarlos colectiva o individualmente acusándolos de todo tipo de prevaricaciones, olvidando o ignorando que contra toda decisión de un juez cabe al menos un recurso en una instancia superior, y que en esa instancia superior tampoco existen motivos para desconfiar de su honorabilidad profesional y personal. Cuestión distinta es la influencia que las creencias ideológicas de esos jueces puedan tener en sus decisiones. Como todo en la vida. Como nosotros. Nadie está libre de sus creencias. Nadie es perfecto, efectivamente. Ni siquiera en la interpretación de las leyes. Y están sujetos a más sanciones que en cualquier otra profesión. Igual que hay médicos que están a favor del aborto y médicos que están en contra, pero no los descalificamos, no los acusamos de incumplimiento profesional. Cuestión distinta también es que este Gobierno haya colocado en las cúspides a jueces concordes con sus planteamientos ideológicos sin el menor equilibrio en las designaciones. El problema de la justicia es que solo puede quedar satisfecho el cincuenta por ciento de los litigantes.

Y no existe fórmula perfecta de elección. Los ciudadanos los elegirían también con arreglo a sus propias creencias.

Así pues, fracasado el Parlamento, fracasados los políticos, fracasado el Gobierno (éste y el que sea, aunque éste se ha excedido brutalmente y de modo que sí podríamos catalogar de prevaricador), la única posibilidad de mantenimiento de la democracia residen en que nosotros, ciudadanos, no fracasemos también y le neguemos la confianza a quienes, en silencio, contribuyen a mantenerla. Por supuesto que cabe la crítica por dura que sea, pero no nos convirtamos nosotros en destructores de la convivencia.

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