Puntadas sin hilo

El oficio de vivir

El oficio de vivir, que decía Cesare Pavese, comienza en la vivienda. Vivienda viene de vivir, el sitio donde se vive, si no se tiene no se vive, podría concluirse. Perdonen que por tercer día consecutivo, en medio de la Semana Santa, de los acontecimientos deportivos y de la incipiente guerra en Ucrania, hable de la vivienda, pero aparte de ser el asunto más trascendente y lacerante de cuantos se puedan dar en el contrato social de adhesión obligada que firmamos al nacer, es una cuestión que, aun sin haberla padecido en mis carnes, para mí supuso en su día el principio de mi toma de conciencia social después de ver, en pleno franquismo, una maravillosa película: Milagro en Milán, que relataba las desdichas y fantasías de un grupo de marginados que vivían en chabolas en los arrabales de Milán y que al descubrirse en el terreno un chorro de petróleo, los tiburones de la época los expulsaban sin concesión alguna, haciendo inútil la emocionante cancioncilla que los desventurados entonaban en la visita al capitoste empresario: ‘Nos basta una cabaña para poder vivir...’, unos seres tiernos que por toda calefacción tenían un rayo de sol a determinada hora. Fue mi primer shock.

Después vino El inquilino, una película española menor, pero que narraba las dificultades burocráticas y la corrupción existente en la concesión de viviendas y que luchó bravamente contra la censura franquista.

Y más tarde apareció El pisito, con prodigioso guión del gran Azcona, y en la que una pareja de eternos novios a causa de no poder casarse por no tener piso, alguien aconsejó al novio, el enorme José Luis López Vázquez, que se casara con una vieja moribunda propietaria de su piso, con el que se quedaría al fallecer la vieja. Con el consentimiento de su novia, se casó, pero la vieja no solo no se murió sino que se recuperó y comenzó a exigir a su esposo sus obligaciones maritales de cuidado. Una obra cumbre, con la risa mezclada con la tragedia del vivir cotidiano.

Es decir, el problema de la vivienda viene arrastrado decenios y ningún Gobierno ha sido capaz, porque no ha querido, de resolverlo. Y sin embargo no existe acción política más importante que ésta. Todo Gobierno que no lo solucione es un Gobierno fracasado. Sea cual sea su color. Resulta inconcebible que existan en España miles de viviendas vacías y haya miles de familias sin ella. Es la cara más cruel del capitalismo repugnante. Como repugnante es nuestra indolencia para obligar a los partidos políticos a que lo solucionen. Ésa debe ser su primerísima propuesta electoral, concreta y no en formulación abstracta, con el detalle preciso de qué harán para conseguirlo en el primer año de su mandato. Y repugnante también es que nosotros votemos a quien no ofrezca esa medida. Con el compromiso escrito de que si no lo cumplen ese primer año, se marcharán. No se trata de entregar una vivienda a todo español, sino a todo español que, por las razones que sean y demostradas, esté en situación de emergencia y marginalidad social. No son bestias. Una democracia que no cobija a sus habitantes no es democracia. Precisamente la característica genuina de la democracia es mostrarse sensible a los problemas de sus ciudadanos. Y el de la vivienda, sin duda, es el primero. La democracia española no puede permanecer insensible más tiempo. No es un problema de quienes no la tienen. Es un problema de todos, si queremos ser personas. No es un problema de buenas y sensibleras palabras vacías. No voten a un partido que no se comprometa a ello de modo meridiano y contundente como primer objetivo. Como decían en el final de Milagro en Milán, queremos una democracia auténtica en que decir buenos días quiera decir buenos días.

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Gota RELIGIOSA: Creo que, para no descalificarse, la primera obligación de un ateo o de un agnóstico es no ser blasfemo, y respetar las creencias de los demás, por disparatadas que parezcan, precisamente para que respeten las tuyas.

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