Puntadas sin hilo

Las veletas

Las veletas marcaban, y aún marcan en más sofisticadas versiones como en las mangas de los aeropuertos, la dirección y a veces la fuerza de los vientos.

En su transcripción política señalan la dirección de los vientos de la historia, grande y pequeña. Son los vientos los que cambian, no las veletas ni las rosas de los vientos.

Si en la izquierda española arrecian vientos nuevos, la veleta lo señala, pero es la misma. Si los sucesivos vientos cambian, las veletas cambian su dirección. Por eso la veleta de la derecha no cambia nunca, y el gallo toma forma de gaviota, sucio animal.

Las veletas de la izquierda giran locas últimamente, pero nunca poniéndose al sol que más caliente, como los girasoles.

La veleta del PSOE, con sus vientos racheados de tormenta, está en vías de reparación con un nuevo mecánico. Pero es de tan buen anclaje que mantiene un importante porcentaje de adictos o fieles.

La veleta de IU gira poco, como si tuviera herrumbre y el galo se hubiera hecho viejo.

Un nuevo viento ha sacudido el mortecino aire, y a toda prisa se está instalando su torreta.

Desde abajo, en la plaza del pueblo, pomposamente llamada Plaza de la Democracia, los vecinos hacen apuestas sobre qué viento y en qué veleta soplará con más fuerza en las próximas fechas.

Si las veletas fueran campanas se escucharía una música dodecafónica incomprendida por los lugareños. Le falta melodía, comentan.

Parece que la recién llegada se erige en canción dominante, y poco a poco se va imponiendo en los oídos de los habitantes y sus cronistas.

Se miran unas a otras, las veletas, y no comprenden por qué los vientos son tan rebeldes y devastadores. Los vecinos de la izquierda temen lo peor. Comienzan los celos entre veletas y todas ceden y dejan de girar.

La cigüeña-gaviota crotora-grazna con estrépito y se enseñorea del campanario y del tejado de la veleta, que marca oficialmente la dirección del viento.

Las otras veletas se acusan y entre ellas estalla la rabia y la desconfianza. Han perdido la guerra de las veletas. Ninguna ha triunfado. Incluso a una le dicen que no es veleta ni izquierda.

La recién llegada aprovecha una rachita y comienza a girar con fuerza. Es la última esperanza eólica del pueblo. Y el señor alcalde no sabe a qué veleta quedarse. Pero le llaman traidor porque se ha quedado con la nueva y ha decidido instalarla en la cima del ayuntamiento en la Plaza de la Democracia. Era el viento que más soplaba. Era el futuro.

Las veletas no tienen la culpa de que los vientos soplen tan agraces. Pero las otras veletas seguían recogiendo vientos y marcando direcciones. Al final eran tres molinos de viento que querían ser gigantes.

El Becario de las Veletas Company

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