Un sector de la "información" denominado "derecha mediática" ha sufrido una perversa transformación: En lugar de contarnos lo ya ocurrido, ordena o provoca los hechos, se ha convertido en factora. Ha pasado de testigo a ejecutante. En otro tiempo, hubiera sido impensable que un diario, o una emisora de radio, dictara la agenda política de un partido que pretende gobernar España. Recuerdo hace unos años a un grupo de profesionales de la información comentando escandalizados que, según un rumor, en un restaurante Pedro J. había abroncado a Anguita, siendo éste líder de Izquierda Unida, porque no se estaban haciendo las cosas a su gusto. Esa puesta en escena, en la que unos periodistas ordenan ahora al líder del PP lo que tiene que hacer o decir, se ha convertido en algo cotidiano, ya no sorprende. Es más, cuando no obedece las órdenes le llaman traidor, entienden que les debe el liderazgo a ellos más que a sus electores. Es cierto que estos señores han trabajado denodadamente para que el PP llegara al poder y no han dudado en recurrir a métodos que están fuera del más elemental sentido de la ética (incluso sus fabricantes de insidias y conspiraciones, como Amedo o Suárez Trashorras, han reconocido haber cobrado dinero del director de El Mundo por contar sus falacias), pero a pesar de la deuda contraída, estos líderes de opinión deberían sujetar su vanidad y dejar de recordar que nadie en el PP tiene futuro si no se somete a sus dicterios, es muy humillante. Rajoy traga, hace un mohín de doncel enamorado cuando le riñen, pero acude siempre a su llamada encantado. No le importa aparecer como un títere en sus manos. Allá él. Pero el espectáculo que dan, no deja de ser patético, y una vergüenza para la profesión del periodismo.