Aznar y Esperanza Aguirre están creando, tal vez deliberadamente, un formato de televisión, un concurso que podría llamarse Todo vale, en el que los participantes entran en liza a ver quién es más tonto.

Del mismo modo que los escritores surrealistas practicaban la escritura automática y unían palabras sin la menor intención de formular una idea para que después cada uno interpretara lo que quisiera, estos muchachos, que se llaman representantes del futuro, actúan de forma parecida. Dicen lo primero que se les ocurre sin pasar por el filtro de la reflexión, la lógica, la ciencia o, simplemente, la vergüenza. Consiguen lo que los actores llaman tranquilidad escénica. Acaban siendo ellos mismos y, en su egomanía, olvidan que, en realidad, no son estrellas, que sus actos o declaraciones tienen una repercusión superior a la del genio creativo que especula con la extravagancia en su afán de explorar nuevas vías que le consagren como artista original. El poder atrae a los cortesanos como la miel a las moscas, y la legión de aduladores convierte al frágil mental en susceptible de creer que la realidad debería transformarse para coincidir con lo que ellos dicen.

Del mismo modo que en el imperio romano a los generales victoriosos que entraban desfilando por las calles les acompañaba un esclavo que, al tiempo que sujetaba la coronal de laurel por encima de sus cabezas, les susurraba: "Recuerda que eres mortal"; ahora, los responsables de los partidos deberían coger al toro por los cuernos y, a aquellos que destaquen en la emisión de número de sandeces por unidad de tiempo, les deberían colocar un propio que les dijera: "Recuerda que eres cortito", para que frenaran un poco sus impulsos intelectuales y evitar que la mancha de la necedad se extendiera a todo el colectivo.

Esperanza Aguirre debería recordar algunas ventajas del Estado intervencionista, gracias al cual, probablemente, la estación del AVE de Guadalajara se hizo en Yenes, en la finca de su familia, lejos de la ciudad.