Asuntos & cuestiones

La furia de los cobardes

George Bush ha cumplido con todos los requisitos para ser considerado, siendo benevolentes, una rata miserable. Al despedirse, concede una entrevista para hacer balance de su gestión y echa la culpa de sus fechorías y crímenes a sus colaboradores, en un acto de cobardía característico de los que demuestran una crueldad implacable cuando ejercen el poder.

Cuando llegó a la Casa Blanca ya tenía el récord de ejecuciones de la historia de los EEUU. Ahora dice que le engañaron los servicios de inteligencia. Atrás quedan los días en los que anunciaba con descaro la aprobación de un presupuesto millonario destinado a comprar periodistas de todo el mundo para que mintieran a su servicio. Atrás, la concesión de contratos de avituallamiento y reconstrucción de Irak a sus más íntimos colaboradores, haciendo de la sangre de los inocentes un negocio abominable.
Su hermano vino a despertarnos de la siesta progre para ilustrarnos sobre los increíbles beneficios que reportaba sumarse a la matanza, invitado por el Gobierno de entonces. Atrás, cuando legitimó el secuestro y la tortura de personas sin acusación ni cargo alguno. Atrás, cuando implantó la doctrina neocon con fe integrista negando la más mínima intervención del Estado en el control de la voracidad de los buitres de la economía especulativa, que ha derivado en esta crisis internacional. Atrás, cuando se fumaba un puro en compañía de su colega Ansar con los pies encima de la mesa, mientras Lancet, una de las revistas médicas más prestigiosas del mundo, situaba, ya en 2006, la cifra de muertos en Irak en 650.000. Miente otra vez, mientras todos heredamos una parte de su culpa y nos convertimos en el blanco de la ira de los que lo han perdido todo.

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