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Rubianes, el último bosquimano

Cuando te dicen que alguien cercano se ha muerto te quedas perplejo. Te recuerdan que nacemos con fecha de caducidad, vaya leche. Te gustaría no haberlo oído. Preferirías correr más que la noticia y que no te alcanzara nunca.

Para los que no convivimos con él, lo único que le separa de la vida es el dato: "Ha palmao el Rubianes, tronco". "¡No me jodas!"   En ese preciso momento deja de existir. Bueno, la verdad es que por circunstancias de la edad, éste es un episodio que ya he vivido muchas veces, más de las que me gustaría, así que me lo voy tomando de otra manera. A efectos prácticos, para mí no ha cambiado nada. Sigue estando en Barcelona a su bola, ya me lo encontraré algún día.

Tiene un interruptor cerebral con el que pasa de hablar bajito, con voz muy grave, cuando lee la carta del bar o saluda, a convertirse en el bicho escénico en cuanto tiene que relatar cualquier cosa, sea lo que sea, introduciendo, claro está, todas las onomatopeyas que forman parte de su idioma y que en muchos casos superan en número a las palabras. Domina un lenguaje universal a base de ruidos, mucho más vital, enfático, con banda sonora, ecosistema acústico y desorden en la corrección, que convierte cualquier anécdota en hilarante. Perdió el respeto a los señoritos de la finca y no soporta que los infames, los crueles, los estúpidos, los indeseables, los intransigentes, los enemigos de la libertad que braman desde los medios fachas y algunas instituciones, se permitan la desfachatez de dirigir nuestras vidas, como ya hicieran en otro tiempo a tiros. Venimos de allí, por eso los desprecia con la misma intensidad que a la masa viscosa que los tiene por referencia. En eso siempre me he sentido su prójimo, su compañero, su hermano. No te fallaremos Pepe.

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