Asuntos & cuestiones

No me los toquéis II

Todo queda atado y bien atado". Con esta sencilla frase tranquilizaba Franco a los suyos cuando la angustia les consumía ante la cruel consecuencia que el inexorable paso del tiempo les anunciaba. El Titánic que surcaba las tranquilas aguas de su amadísima patria donde se torturaba a los jóvenes en las comisarías, se encerraba y apaleaba a los homosexuales, se privaba a los rojos de libertad hacinándolos en las cárceles y se invitaba a las mujeres a quedarse en casa cuidando de la prole al margen de los quebraderos de cabeza que proporcionan los cargos de responsabilidad para los que estaban "genéticamente incapacitadas", ese buque insignia, último baluarte de un sueño truncado y reserva espiritual de occidente, lo guiaba con pulso tembloroso una tripulación visionaria incapaz de trazar un rumbo cuando la precaria salud de su líder, el generalísimo de todos los ejércitos, apuntaba hacia el fin de la travesía, al ocaso del delirio fascista.

A qué puerto llegó, no lo sabemos con certeza, pero sí que su tripulación sigue surcando nuestros mares. Los vemos desembarcar en los altos puestos de la judicatura, para desde allí recordar la orden que quedó flotando en el aire y que aún hoy es de obligado cumplimiento: "A los míos no los toquéis".

El Tribunal Supremo nos ha vuelto a situar en la realidad al juzgar a un magistrado por perseguir el crimen. En la persona de Garzón lanzan un aviso de navegantes. Nos recuerdan que siguen en la atalaya vigilantes, impasibles. Muchas veces he sido criticado por afirmar que, sorprendentemente, el Ejército había entrado antes en la democracia que la justicia. A las pruebas me remito.

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