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Estampas de una huelga

Se sigue hablando de los piquetes y del terror que infunden en la ciudadanía. Sus imágenes copan la mayoría de la información gráfica de la huelga del día 29. Paradójicamente, la peor parte de los hechos violentos se la han llevado los sindicalistas.
Debido a la demonización previa de estos piquetes –cuyo significado se hace sinónimo de barbarie injustificable en una campaña exhaustiva de insistencia profiláctica de que su objetivo es, exclusivamente, agredir físicamente a los ciudadanos que quieran acudir a trabajar–, las consecuencias traumatológicas que sufran sus miembros se convierten en merecidas y, en tanto necesarias para mantener el orden y evitar que la sociedad quede regida por el caos y la intransigencia, convenientes. Para desgracia de los apocalípticos mediáticos, no corrió la sangre y los incidentes más graves no tuvieron que ver con la convocatoria de huelga. Sin embargo, los hechos consecuentes al desalojo de la antigua sede de Banesto en Barcelona se han convertido en la estampa oficial de la jornada para los que ya anunciaban que las calles serían un mortífero campo de batalla.

Por su parte, el líder de los empresarios españoles se ha vuelto a lucir al declarar el fracaso absoluto de la huelga, sólo seguida, según él, por aquellos trabajadores a los que los piquetes impidieron el acceso al puesto de trabajo. Mientras, lamenta lo mucho que le va a costar a nuestro país recuperarse de las pérdidas ocasionadas por la convocatoria. No se entiende bien de dónde salen esas pérdidas si nadie faltó a su trabajo.
Estas lúcidas mentes que nos trajeron hasta aquí se arrogan la exclusiva de conducir nuestras vidas de regreso. Por eso, la huelga es necesaria. Contra viento, marea, manipulación y estupidez.

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