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Aquellos maravillosos años

La vieja consigna de que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad ha quedado confirmada con la práctica. Sin embargo, se da la paradoja de que también es víctima de la estrategia el emisor de la patraña, que conociendo la falsedad del mensaje es el primero en creerlo.
Eso parece haber ocurrido después de la rueda de prensa en la que la izquierda abertzale reniega de la violencia de cara a la legalización de su nueva formación. Se ha producido un auténtico tsunami, pero no de júbilo por el avance hacia la paz y normalización de la convivencia en el País Vasco que supondría esta nueva realidad, sino de rechazo a la posibilidad de que estas personas se incluyan en la vía de la política convencional, precisamente por aquellos que se manifiestan constantemente contra el terrorismo y, en algunos casos, hacen de él la razón de su quehacer político. Me refiero al partido de la derecha española, que siempre ha pretendido la exclusividad de la lucha antiterrorista y del dolor de las víctimas, a las que ha usado de ariete, permanentemente, contra sus rivales políticos.

Tanto han repetido, con motivo de la trama de corrupción que les afecta de forma masiva, que la Justicia trabaja a las órdenes del Gobierno, que han llegado a creerse su propio infundio. Sólo así se explica que le exijan de forma tan contundente que ilegalice la nueva formación, olvidando que es la Justicia la que en democracia se encarga de esas cosas, a diferencia de lo que ocurría en "aquellos años de extraordinaria placidez" que los antipatriotas se empeñan en llamar dictadura.
No hay que perder la esperanza en la paz, le duela a quien le duela. Brindo por ella.

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