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Los símbolos patrios: la bandera

La indignación de un sector de la prensa y, como consecuencia, de la opinión pública, por la ausencia de banderas de España en la fachada de algunos edificios oficiales nos obliga a destacar el inmenso amor que tiene esta gente a la gloriosa enseña nacional. "¿De dónde les viene?", se preguntará algún joven imberbe. "Calla, insensato, no me obligues a hacer memoria histórica que es políticamente incorrecto".

Piden castigo por defecto de uso; yo pediría que se castigara también el exceso. Debería ser una ofensa a la enseña, si es que representa a la "España democrática y constitucional", envolverse en ella para llamar "maricón" o terrorista a alguien. Se da la gran paradoja de que los que más la aman son, al mismo tiempo, lo que más la mancillan. Tampoco debería usarse para intentar pegar con ella a un ministro, pudiendo utilizar objetos contundentes que no sean sacrosantos, porque se acaba identificando la bandera con el arma y esto crea bucles psicológicos extraños, e inconvenientes asociaciones de bandera con barbarie. Al mismo tiempo, en concentraciones de partido, o en otras más sectarias, donde se insulta al presidente del Gobierno, o se dicen barbaridades sobre la complicidad de las instituciones en el terrorismo, no falta nunca el mar de banderas, no de ese partido o asociación, sino de España, y claro, a fuerza de usarla como bayoneta, acaba siendo distintiva: si ése es su símbolo no puede ser, al mismo tiempo, el de los insultados. La sienten más suya, es su signo de identidad desde hace muchos, muchos años. Ves una bandera en un reloj y sabes a quién vota.

Se quejan de su ausencia en edificios, pero no de que se use para correr a la gente por la calle.

Representará a la madre, pero no a la mía. Era justo lo contrario.

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