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Ya llegó el niño Jesús, también en Suiza

El parlamento suizo, con sus votos, ha vetado a ese señor llamado Blocher que cree en la pureza de la sangre y representa a los ciudadanos "del centro" de su país. El centro se está centrando demasiado. Y no sólo en Suiza. Antes, el argumento xenófobo se consideraba vergonzoso, nadie lo sostenía en público. Ya no. Los neutrales dirán que la democracia es sagrada y que este señor ha sacado un 30 por ciento en las elecciones. Sí, es cierto, pero es que la democracia no es un sistema de elección. Las urnas no son más que la herramienta con la que el "pueblo soberano" elige a sus representantes para que gobiernen en consonancia con ese sistema que les hace iguales en obligaciones y derechos. Vale lo mismo el voto del médico que el del analfabeto, aunque el médico sea negro y el analfabeto blanco. El racista, por tanto, es enemigo del sistema, se apunta para acabar con él. Es lógico que los parlamentarios decentes se sientan avergonzados de sus compatriotas. Ciudadanos orgullosos de su riqueza, obtenida, en buena parte, del expolio y el genocidio del tercer mundo, lleno de negros, cuyos recursos robados por dictadores sanguinarios acababan en sus bancos; ciudadanos cultivados y practicantes devotos de la fe cristiana que desprecian a los forasteros y proponen expulsarlos a patadas. No porque su presencia les altere la conciencia, en la medida que les recuerda que su riqueza es el fruto de su hambre, sino porque, simplemente, no tienen conciencia. El Vaticano debería echarles una mano, pero no como hasta ahora, metiendo allí sus ahorros, sino en lo moral. Ya lo dijo el Mesías, que está a punto de nacer: "En eso reconocerán que sois mis discípulos. En el amor que os tengáis los unos a los otros". ¿Qué opina nuestro "centro"?

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