Antes de la invasión americana de 2003 había en Irak más de un millón y medio de cristianos. Una década después quedan menos de 400.000, y su número mengua mes a mes.

El patriarca caldeo Louis Sako acaba de visitar un gran número de comunidades cristianas y pronostica que dentro de otra década apenas quedarán algunos millares en todo el país y su presencia será simbólica y residual.

La alarmante disminución de cristianos es consecuencia de la injerencia occidental, tal vez una consecuencia no deseada, e incluso no prevista, aunque se ha de decir que los americanos sí que debían haber anticipado que el recambio de Saddam Hussein traería secuelas de esta naturaleza.

Las bombas son pan de cada día y los muertos se cuentan por decenas a diario. La vida cotidiana de muchos iraquíes es un infierno y no se ve ninguna salida a medio o largo plazo.

Sin duda, la situación del país es infinitamente peor ahora que con Saddam Hussein para la inmensa mayoría de la población, aunque eso sí, los grandes estrategas, los visionarios neoconservadores que planearon la invasión, pueden alegar que hay "democracia" en Irak.

No solamente es dramática la situación de los cristianos, también la situación de las mujeres es tremenda. Con Saddam Hussein las mujeres disfrutaban de una situación que sin ser óptima era muchísimo mejor. Claro que entonces no había "democracia".

La paradoja es que la imposición de la "democracia" que se ha hecho o se está haciendo en Irak y en otros países de la región ha traído la pérdida de numerosas libertades básicas.

La de Irak es una "democracia" ficticia sin ninguna base real, aunque lo ocurrido en Irak no ha impedido que los americanos y sus aliados europeos también hayan querido imponer la "democracia" en otros países de la región.

El caso de Siria no es menos dramático; en Libia la situación es horrible y en Egipto se ha dado marcha atrás. Apaciguar los desastres emprendidos desde los despachos de Washington llevará muchos años, probablemente muchas décadas.