Balagán

Gaza en ruinas

El paso de Erez está bajo unas fuertes medidas de seguridad. Los israelíes han extremado la vigilancia hasta el punto de que cuando te sellan el pasaporte te llevan en grupo hasta una puerta que los soldados han cerrado con llave. De allí, varios pasillos largos y desangelados y puertas metálicas conducen a Gaza.

El lado palestino es más modesto y nada exhuberante. La pequeña casa donde se alojaban los funcionarios de Hamás que revisaban los documentos de los viajeros, fue destruida completamente hace varios días por medio de bombas que lanzaron los aviones israelíes.

Los funcionarios de Hamás están ahora sentados en sillas de plástico gastado frente a una precaria mesa de madera donde escriben a mano los nombres de los viajeros, que son todos periodistas extranjeros. Sobre la mesa descansan tres bolígrafos y tres coranes.

Una novedad es que desde hace dos días no permiten la entrada de ningún periodista extranjero si no va acompañado por un palestino de Gaza que se haga responsable del visitante.

Supongo que esto tiene dos objetivos: proteger al periodista y vigilar sus movimientos en un periodo tan convulso como este.

Con los requisitos cumplidos, y una vez revisado el equipaje concienzudamente, se inicia el viaje a la ciudad de Gaza. Durante todo el trayecto se ven casas recientemente destruidas por los bombardeos, a la izquierda y a la derecha, casas particulares en su inmensa mayoría, y algún que otro edificio público, como unas dependencias del ministerio del Interior que ni siquiera se habían inaugurado todavía.

Pero la Franja de Gaza no está en ruinas por esas casas destruidas, que son centeneres, sino porque lleva siete años completamente aislada del mundo. El cruel bloqueo que ha impuesto Israel sobre 1,7 millones de civiles ha llevado Gaza a una situación imposible cuyo futuro se está discutiendo estos días en El Cairo, un proceso del que no es posible hacerse muchas ilusiones.

Un palestino con empleo me contaba ayer que con su sueldo no puede vivir más de veinte días, pero tiene un hermano y un primo que ni siquiera tienen trabajo, pero sí familias numerosas, por lo que su magro salario debe repartirlo con esos dos familiares, y lo hace con alegría.

A menudo la solidaridad funciona mejor entre las personas más necesitadas y con menos recursos.

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