A mí no me confundan con el resto de mujeres

"A mí que no me metan en un bloque monolítico que se llame 'mujeres'", dijo ayer Cayetana Álvarez de Toledo para desmarcarse nuevamente de la manifestación feminista del 8M. Dijo más cosas, pero vayamos por partes.

Escribo hoy sobre la postura de Álvarez de Toledo por varios motivos. El primero es que tiene un altavoz enorme, que usa para demostrar constantemente y sin sonrojarse que no tiene conocimientos suficientes para pronunciarse públicamente. El segundo es que el tema que tocó, el feminismo, me afecta como mujer. Y el tercero es porque su discurso no es monopolio de ella, sino de muchas otras mujeres, situadas casi todas a la derecha del espectro político.

Dicho esto me gustaría analizar primero la frase con la que comienza este artículo:  "A mí que no me metan en un bloque monolítico que se llame 'mujeres'". La marquesa convertida en política (y no recuerdo su título nobiliario gratuitamente) tiene mucha conciencia de a qué clase social pertenece, y por eso ostenta un cargo en un partido de derechas, pero no tiene conciencia de su categoría sexual. No sólo ignora qué supone qué es ser mujer en un mundo androcéntrico, patriarcal y machista, sino que desde esa ignorancia promueve que no se nos oiga (o que se nos odie) a quienes sí hemos entendido su significado.

El miedo a ser catalogada como mujer "en un bloque monolítico" (base absurda: ninguna feminista dice que todas las mujeres seamos iguales, más bien es una frase bien conocida entre el machirulado) no es otra cosa que miedo a parecer "una más". También miedo a ser considerada débil, porque donde hay una denuncia clara del feminismo hacia la desigualdad que nos supone el género (la supeditación de lo femenino -la otredad- ante lo masculino -lo normal, lo estándar-, ella ve victimismo. Ve, o quiere ver, lloros resignados y victimismo en las reivindicaciones de la lucha feminista porque hablamos de feminicidios, de violencia sexual, de maltrato sistémico y sistemático contra nosotras. También esta lucha da soluciones, análisis, datos, estadísticas, pero no es algo que las Cayetanas del mundo estén dispuestas a escuchar. No por eso, claro, vamos a llevar menos razón: ser mujer significa ser el objetivo de muchas violencias: simbólica, física, psicológica, institucional, económica, etc.

Como buena neoliberal, Cayetana está impregnada de un discurso individualista, misterwonderfúlico, sin una base sólida ni ninguna realidad material que lo sustente. Un discurso antifeminista centrado en el YO. Si YO no me dejo violentar, nadie me violentará. Si YO peleo fuerte, nadie me puede pisar. Si YO no me dejo maltratar, nadie podrá maltratarme. Por supuesto, es más fácil tener esta visión cuando eres marquesa y además tienes poder político. Es más fácil creerse las frases de Mr. Wonderful cuando tienes pasta para enfrentarte a los avatares de la vida y un entorno con poder y contactos para sacarte de apuros, que creértelo cuando eras la trabajadora de un sweatshop en Bangladés. La primera puede leer e inspirarse durante el desayuno directamente de su taza la frase "Sonríe y la vida te sonreirá", para luego dejar que la señora de la limpieza te retire la mesa mientras te dispones a invertir la mañana en un masaje relajante. La segunda, aplastada por el capitalismo y el machismo, quizás tenga más ganas de creer que la frase de la taza sea verdad, pero lo cierto es que a lo que se enfrenta a es un turno de 16 horas de trabajo en condiciones de semiesclavitud. Es mucho más complicado creer que por sonreír la vida vaya a cambiar demasiado.

Ocurre otra cosa, y es la mirada masculina para la que nos acicalamos las mujeres, no sólo en el plano físico. ¿Saben esa frase de "No eres como las demás"? Todas la hemos escuchado de algún hombre, y la hemos recibido en algún momento como un halago. Ese sentir que no somos como el resto, que somos diferentes, donde "las demás" son -ahora sí- un bloque monolítico del que nosotras nos distanciamos, brillando más que el resto.

Cayetana se mira a sí misma a través de esa mirada masculina, y es fácil caer en esto a no ser que tengas una profunda conciencia feminista (e incluso así). Ese querer por todos los medios que no te encasillen en la categoría mujer no es más que un deseo machista. Porque ningún hombre tiene problema alguno en que lo encasillen como hombre, por muy monolítico que sea el bloque. Este deseo de Cayetana es como el de muchas otras: yo no quiero ser como las demás. Las demás son mojigatas. Las demás son aburridas.

Pero nadie en la lucha feminista, insisto, dice que todas seamos iguales, es el machismo quien enarbola este absurdo. Lo que sí defiende y denuncia el feminismo es que nosotras sufrimos experiencias y violencias similares por el hecho de ser mujeres. A las Cayetanas no les llega, o no quieren que les alcance, más bien, el hecho de que da igual que tú te sientas muy segura de ti misma, ya que las víctimas de maltrato sólo tienen un denominador común: son mujeres. Y también da igual si tú en concreto no pasas miedo al volver sola de noche a casa: eres potencialmente una víctima de acoso callejero y de violencia sexual. Porque el entorno, y los hombres, te identifican como mujer y te tratarán según lo que ellos perciben de ti, no según cómo tú te sientas contigo misma. Y así un largo etcétera.

Otra frase estrella que pronunció fue esta: "La maternidad no es una imposición heteropatriarcal, como mucho de la madre naturaleza". Una cosa es que las mujeres tengamos capacidad reproductiva, que eso es obvio, y otra muy diferente (y denunciable) que se nos presione socialmente para que seamos madres. Es innegable que existe una presión sobre nosotras a este respecto, y que incluso se explota reproductivamente: la sola existencia de granjas de mujeres para alquilar sus vientres es una realidad que no deja mucho lugar al debate. Y ni siquiera hace falta irse a Ucrania o cualquier otro paraíso de los explotadores reproductivos, cualquier mujer es consciente (incluso Cayetana) de cómo de agobiante y asfixiante es la cuenta contrarreloj con la que convivimos las mujeres. Y también sabemos, todas, lo difícil que es decidir no ser madre incluso sabiendo positivamente que no queremos serlo. Porque el miedo infundado del manido "¿Y si, cuando ya no puedas, te arrepientes de no haber tenido un hijo?" ha hecho que muchas duden de su propia decisión. Como si la opción de no ser madre fuera algo fortuito y espontáneo, y no una decisión mantenida a lo largo de muchos años de fertilidad.

"No nacemos víctimas, porque la victimización es el primer paso al dominio y al sometimiento". Aquí hace una carambola para decirnos que si nos quejamos estamos dando pie a que nos sometan. Un victim-blaming de manual. No le tiembla el pulso para exponer su batiburrillo de prejuicios machistas y achacárselo además al feminismo.

Las mujeres no nacemos víctimas, ni siquiera nacemos mujeres: el género es una construcción social. Las mujeres nacemos personas, lo de ser mujer, comportarse como una mujer, ser catalogada como la otredad y tener prohibidos ciertos comportamientos, lugares y actitudes que son monopolio de los hombres viene con el tiempo y el patriarcado. Empieza con algo tan fácil como agujerearnos las orejas al vernos la vulva, y se va volviendo más intrincado a lo largo de nuestra vida, con miles de mensajes machistas desde todos los frentes: dejarnos el pelo largo, vestir faldas, llevar pendientes, accesorios, horquillas, diademas, no ensuciarnos, comportarnos como señoritas (?), reprimir nuestra ira, ser hacendosas, ordenadas, limpias; involucrarnos más que nuestros hermanos en las tareas domésticas, cuidar de los más pequeños a edades tempranas, etc. Luego vendrá la depilación, el cuidado de nuestro cuerpo -no por salud sino por estética-, la presión para estar delgadísimas, bonitas, favorecidas, poco cómodas, o nada cómodas, sí, pero todo vale para encajar como sea en los cánones de belleza que manda el patriarcado. Así se hace una mujer. Y esto es lo que quería decir Simone de Beauvoir cuando escribió "No se nace mujer, se llega a serlo". Por eso no nacemos mujeres, ergo no nacemos víctimas, Cayetana. Es la sociedad la que nos pone en un lugar por debajo del hombre, y no sólo nos deja claro a nosotras que estamos subyugadas, sino que también les da a ellos la autoridad de considerarnos de esta forma.

Por eso existe la violencia contra nosotras por parte de los hombres, porque se nos concibe como objetos que se pueden cambiar de lugar, pisotear, destruir. Ellos son sujetos, y nosotras objetos, y como objetos que somos podemos ser poseídos, pero no tener autonomía para ser sujetos como ellos. Así, por ejemplo, se explican los miles y miles de feminicidios en todo el mundo cuando la mujer decide abandonar a su pareja: el hombre considera que como propiedad suya que es, ella no tiene el derecho a tomar una decisión que afecta directamente a su vida como hombre. Ella le sirve en tanto en cuanto cumple con sus deseos, en este caso el deseo de permanecer junto a él. Desde el momento en el que esto deja de ser así y ella se "rebela", el hombre la destruye como objeto suyo que es.

Es el machismo quien nos acaba convirtiendo en víctimas, no el feminismo por denunciarlo. No es la naturaleza quien nos obliga a parir, sino el patriarcado. Como dijera Gallardón: parir nos convierte en "auténticamente mujeres".

La señora Álvarez de Toledo es una ignorante en cuanto a feminismo, pero eso no la frena para opinar y generar confusión sobre esta lucha. Y cuanto más se acercan fechas señaladas como este domingo, más nos riegan -ella y su compañeros de derechas- con su soberbia y su desprecio. Cuando entiendan que con estas performances sólo nos dan más fuelle, será demasiado tarde para ellos.