Recomendación (o no) semanal: 'Gambito de dama'

Últimamente veía muy buenas críticas a unas de las últimas producciones lanzadas por Netflix, la miniserie Gambito de Dama, así que decidí verla, convencida de que podría recomendarla. Parecía tener todos los ingredientes, al menos: una mujer protagonista, que además domina un mundo típicamente de hombres en una década donde estaba mal visto que saliéramos hasta de casa. Una miniserie de época donde una mujer iba a ponerse los estereotipos sexistas y la opresión sexual de peineta e iba a barrerlos a todos.

La serie nos lleva adelante y atrás en el tiempo, permaneciendo la trama de primeros capítulos en la infancia de la protagonista Beth Harmon (Anya Taylor-Joy en su versión adulta e Isla Johnston en su versión infantil) y, en los últimos capítulos, centrada en la época de su juventud. Es en los capítulos del principio, dedicados a narrar una infancia traumática, donde Netflix te lo promete todo. Está muy bien hecha, interpretada a las mil maravillas, y abre un abanico de posibilidades para el desarrollo de la Beth Harmon adulta. La niña protagonista se salta las normas para aprender ajedrez con alguien que no debe y en un lugar "muy poco apropiado" como acaba reprochándole la directora del orfanato para niñas donde acaba Beth cuando muere su madre. Sobre todo, es en la época de la infancia donde empiezas a entender ciertos comportamientos de la Beth adulta. Una Beth adulta que podría haber sido un personaje completo, enorme, casi heróico, con un prisma infinito de colores. Desde luego, Anya Taylor-Joy hubiera dado la talla en la interpretación de la Beth adulta a la que nadie ha sacado provecho. No solo a nivel feminista, sino a nivel contenido.

Una infancia tan desoladora como la de Beth Harmon no podía conllevar a una adulta sana y equilibrada. Pero es en el propio desequilibrio de Beth y en su talento inaudito para el ajedrez, donde se podría haber tejido una serie que quitara el aliento. No faltó el dinero, no faltó el talento interpretativo, no faltaron los medios, faltó el guion y la dirección. Con la promesa que se construye en los primeros capítulos, te entregan al final una historia donde el machismo parece no existir en los hombres de los años 60, más que en una anécdota suave aquí y allá, y donde nos muestran a una mujer con problemas evidentes de adicción pero no explicándote qué está sintiendo un personaje tan complejo. Quizás a lo bruto sí: ahora miedo, aquí enfado, etc. pero sus creadores no parecen estar tan preocupados en analizar emocionalmente la complejidad de Beth porque están muy ocupados en los primeros planos con un maquillaje perfecto y una tez blanquísima y lisa, en la reacción de los hombres (los grandes maestros, no cualquier hombre) ante sus jugadas y, sobre todo, completamente entregados al objetivo de hacer que Beth aparezca sobre todo en posturas incómodas y mostrando una media de 10 modelitos diferentes por episodio.

De una niña rebelde, que busca activamente lo que quiere, que ni siquiera entiende las reglas sociales ni por qué se ríen de su ropa en el instituto, cosa que ni le importa, a una adulta que jamás lleva un pelo fuera de sitio, que va de compras porque la ropa de repente parece ser muy importante en su vida y de la que tenemos que adivinar que ha bebido mucho únicamente a través del rímmel corrido. De una niña prodigio con una infancia dura a una adulta que siente muchas cosas pero no sabemos exactamente cuáles. De una niña fuerte que busca su hueco a una mujer de aspecto y maneras frágiles y delicadas como sinónimo de feminidad elevada al cuadrado. De una serie que prometía mucho a una historia que mezcla moda y ajedrez.

Parecía algo para disfrutar nosotras, pero ha acabado siendo otro contenido de consumo masculino.

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