Recomendación semanal: "El amor estéril"

La Interpol, en 1997, advirtió al Gobierno (en ese momento del PP) de la entrada en España de un asesino y agresor sexual muy peligroso. Nadie le hizo el más mínimo seguimiento. En Inglaterra era hasta conocido, tenía su propio apodo: "El estrangulador de Holloway". Atacaba a mujeres, ni que decir tiene, claro.

Este hombre, que en España ya había adoptado otro nombre, el de Tony King, siguió cometiendo los mismos delitos que en su país, sin que nadie lo detuviese. De hecho, como todas sabemos, fue Dolores Vázquez quien entró en la cárcel por él. Tony King dejó pruebas en la escena del crimen de Rocío Wanninkhof, dejó ADN, pero, ¿qué más daba si había una relación lésbica de por medio? La madre de Rocío mantenía una relación con Dolores, quien crio con ella a sus hijas. La policía y los medios hicieron el resto del trabajo: estereotiparon la figura de Dolores Vázquez cogiendo de aquí y de allá, añadiendo siempre que era lesbiana, y como tal, violenta, frustrada, fría, llena de rabia. Alguien no solo capaz, sino con muchos motivos para matar a la adolescente que había visto crecer.

En el documental de Netflix El caso Wanninkhof-Carabantes detalla todos aquellos artículos en prensa y speechs en televisión que dio forma a la una asesina. Mención especial para el artículo de Juan Manuel de Prada llamado "El amor estéril", no tiene desperdicio (tampoco tienes suficiente Primperán para leerlo entero).

En España tenemos nuestros propios casos de Making a Murderer (otra serie que sin duda hay que ver) y el de Dolores Vázquez siempre será uno de los más vergonzantes. La inoperancia de las fuerzas de seguridad y de la clase política hicieron que un asesino pudiera entrar en España sin dejar de violar ni matar. La lesbofobia institucional, judicial y social dejó su consecuente reguero de víctimas tras el primer asesinato de King en España: Dolores Vázquez y sus seres queridos, y Sonia Carabantes y sus familiares y amistades.

A Dolores Vázquez nadie le pidió perdón. Nadie la indemnizó por los casi dos años que estuvo en prisión. No tuvo consecuencias políticas ni se produjo una sola dimisión. Otro documental más de vergüenza nacional donde las mujeres son las víctimas y también, sin saber cómo, se convierten en victimarias porque sí, porque "lo parecen".

No hemos avanzado, no eran otros tiempo. A día de hoy, ni sabemos cuántas madres, por poner solo un ejemplo de machismo institucional, son víctimas de violencia machista por parte de sus parejas pero son ellas quienes están siendo juzgadas por defender a sus criaturas de su maltratador. Quizás en 20 años hagan un documental sobre todas ellas. Quizás empiecen por Sara. 

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