La Escalera de Wittgenstein

En uno de los podcasts de Radiojaputa una compañera mandó un audio para aquellas que habían sufrido abuso sexual en su infancia (ASI). Era potente y segura: "cuanto más lo cuentes, menos duele". Contarlo y volverlo a contar hasta que ya no te haga daño contarlo. Así interpreté siempre la Escalera de Wittgenstein, que he recuperado gracias a "Ética para Celia" (solo puedes tirar una escalera después de haberla subido hasta el final). Probablemente la interpreté mal porque él hablaba de lógica, pero cuando algo te asusta hasta doler, encuentras consejos escondidos en cualquier sitio.

Lo más difícil de hablar cuando tienes miedo, culpa, asco... es hacerlo por primera vez. Es más difícil hablarlo que seguir viviendo en silencio. Aunque te esté comiendo por dentro, aunque te impida seguir con tu vida, da igual, sigue siendo más difícil sacarlo que guardarlo. Y el consejo de "contarlo para que duela menos" sirve para muchas situaciones, especialmente las relativas a las violencias que sufrimos las mujeres por ser mujeres.

Seas feminista o antifeminista, sepas de la existencia del patriarcado o directamente lo niegues, en tu fuero interno ya has aprendido que romper el silencio para incriminar a un hombre puede hacer que tu entorno rompa con la imagen que tiene de ti. Y si no eres quien tu entorno cree, ¿quién eres?  Muchas mujeres se encuentran con que hablar de la violencia que un hombre ha ejercido sobre ella puede desmontar su vida, no la de él, sino la suya propia. Imaginamos cómo sería contarlo, también cómo se entornarían los ojos de nuestro interlocutor, cómo se le torcería el gesto, para mirarte de una nueva forma, lejana, hermética, taimada. Porque cuando fantaseamos con contarlo, no solemos elegir a la persona correcta, sino a la más cercana, que no siempre coinciden (especialmente antes de tener una profunda conciencia feminista). Armada con una conciencia amplia y bien enraizada, en tu entorno ya sí suelen coincidir que las personas más cercanas son las más indicadas.

Nos rodeamos de según quiénes según seamos nosotras mismas. Y cuando el patriarcado te atiza, porque antes o después te atiza y bien (a unas más que a otras, dependiendo de la suerte que tengamos) somos más conscientes que nunca de que nuestro entorno nos es hostil si osamos abrir la boca. No nos hace falta comprobarlo, lo sentimos, lo hemos aprendido de forma inconsciente. Y ahí está el problema de hablar y liberarnos, ahí radica el problema de planteárnoslo siquiera. Quienes nos lo hemos guardado, nos quedamos entonces en la fantasía terrible de esa mirada fría y distante que sabemos que nos vamos a encontrar. Y eso no nos hace pensar que nuestro entorno no es el apropiado, sino que nosotras no somos las adecuadas. Tú no eres adecuada y tu experiencia es culpa tuya. No estabas donde debías, no hiciste lo que deberías haber hecho. Se aleja la culpa del agresor (que generalmente está justo en tus círculos, como si nada hubiera pasado) y el foco recae en ti desde el primer día hasta el último. Tú pones ese foco en ti, así te han enseñado. La culpa siempre fue de Yoko Ono, donde Yoko Ono eres tú, soy yo y somos todas. Porque lo personal es político.

Pero lo cierto es que este "pacto" de silencio de las mujeres es otro mandato del sistema, porque el silencio lo hace fuerte, duradero, le proporciona buena salud. Y tú lo sabes aunque no hayas llegado aún al feminismo, lo sabes porque no dejas de pensar "Estoy segura de que yo no soy la única a la que él ha [inserte aquí cualquier tipo de violencia]". Y te muele los huesos pensar que tu silencio le permite seguir actuando, y seguir haciéndole daño a otras. Pero también sabes que si hablas, no solo no te servirá a ti, sino que no servirá a nadie. Porque no te creerán. Y además desaparecerás. Te quedarás sola por haber hablado. Y sola, sin referencias, ¿quién eres realmente?

Sería como hacer un viaje a un país donde la lengua, la cultura, los edificios, la gente... es completamente diferente a ti y a todo lo que conoces. Y, claro, ¿quién eres tú cuando estás completamente sola sin que nadie tenga ninguna expectativa sobre ti? No lo sabes porque no sabes quién eres sin tu entorno conocido que ya te ha dicho desde que naciste cómo eres, qué te gusta, qué puedes llegar a ser y con qué y cuándo deberías rendirte. ¿Quién eres sin las personas a las que has aprendido a querer a pesar de todo? La famosa zona de confort, ese lugar infernal que te mantiene viva pero con respiradores artificiales. Y vas por la vida creyendo que te pesa el alma, porque tú eres así. Pero no eres tú la que pesa, te pesa el género, te pesa la violencia que conlleva tu sexo, te pesa ser mujer, y las consecuencias que eso tiene en un sistema masculino.

Muchas rompen con todo y hablan, muchas hacen la mochila listas para irse a tomar viento al país de Nunca Jamás, donde todo es diferente y no saben si podrán sobrevivir. Muchas pasan de la fantasía a la realidad, y lo cuentan. Hay un clic. Un momento en el que sientes que debes, quieres y puedes. Y lo cuentas. Lo has fantaseado tantas veces con tantas personas, que a veces al hacerlo tienes suerte y aciertas. Otras no. Y va tan mal, que no vuelves a hablar. Pero a veces va bien.

A veces te abres con alguien con quien hablas dos veces al año, a veces es tu tía, a la que tu familia odia por algo que no te convence, a veces es una extraña en un chat, a veces es una amiga nueva con la que sientes una conexión única, a veces es tu madre. Alguna que otra es directamente una psicóloga. Esa mujer que no tendrás que ver en la "vida real", que solo ves en un espacio seguro, son unos ojos con los que no tienes que volver a enfrentarte si sale mal. A veces, después de muchas consultas, si crees que no va a mirarte como si la hubieras decepcionado tan completamente que tiene que replantearse qué relación vais a tener a partir de entonces, das el primer paso con ella. Otras veces el primer peldaño lo das con esa persona que ha estado ahí desde el principio, que ni contemplabas porque era otra apestada del sistema por cualquiera de los múltiples motivos que existen, pero apestada en definitiva, como tú, y nunca creíste que pudiera llegar a darte el apoyo y la comprensión que necesitabas porque las apestadas no hacen eso, están ocupadas intentando sobrevivir.

Y sin embargo, las apestadas del sistema son siempre una apuesta segura. ¿O acaso no lo eres tú? ¿Tú crees que hay alguien en tu entorno más preparada para atender a una mujer a la que han machacado? ¿Alguien que empatizará del mismo modo que lo harías tú? Las apestadas del sistema somos buenas escuchando, empatizando, ayudando, o simplemente estando ahí. Somos buenas como primer peldaño para otras, esa primera conversación de alguien que necesita contarlo muchas más veces, y es importante que la primera salga bien. Y esa escalera hay subirla, sea como sea. Más tarde o más temprano.

Tenemos que deshacernos de esa escalera que nos pesa, pero primero hay que subirla hasta arriba. Busquemos dónde poner el primer pie y sigamos avanzando para que eso que tanto duele, duela cada vez menos. Tiremos la escalera, compañera.

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