La calle es el único sitio con polvo donde no nos quieren y juntas es la única forma en la que nos temen

Podríamos seguir con datos y más datos, pero tampoco descubriríamos nada que no sepamos ya. Da igual la esfera, el ámbito o la cuestión que tratemos, las mujeres somos las peor paradas. Siempre. Miremos donde miremos, los hombres ostentan el poder y la toma de decisiones importantes, tienen más calidad de vida, mejores sueldos, más tiempo de ocio y, además, son ellos también los absolutos vencedores en todas las estadísticas de victimarios de agresiones, violaciones, acoso y asesinatos contra mujeres y niñas. Y no es casual, es precisamente por todo lo anterior. La sociedad les hace creer que son superiores, de forma que hasta nosotras acabamos creyéndolo. Y desde bien temprano. Recordamos que ya a los 6 años las niñas creen que los niños son más brillantes e inteligentes.

Nada de lo anterior parece ser ya de tanto interés para la sociedad: interés que consiguió suscitar la propia lucha feminista saliendo a la calle. Es cierto que el confinamiento ha obligado a parar protestas y manifestaciones (feministas, digo, de cayetanos hemos tenido todas las que han querido los protegidos del sistema). Además, hemos sufrido una agenda sobrevenida: la autoidentificación del género. No es la primera, poco antes fue la de los vientres de alquiler, que el feminismo en España sí consiguió parar, a diferencia de otros países donde esa realidad se ha instalado, y bien instalada.

La agenda feminista, que pretende abolir la explotación sexual y reproductiva de las mujeres, que busca la igualdad efectiva y no solo legal, que lucha contra la feminización de la pobreza y la liberación de las mujeres, ha perdido espacio en los medios de comunicación en favor de teorías acientíficas sobre la autopercepción individual. 

El individualismo y el neoliberalismo han metido las zarpas de nuevo en una lucha histórica, suplantándola y caricaturizándola. Lo tenían fácil teniendo en cuenta que el patriarcado sigue imperando. Al feminismo, de un tiempo a esta parte, le han salido corrientes dispuestas a hacerlo pasar por una cuestión de interés individual e interpretable de mil maneras, hasta el punto de confundir incluso el sujeto de la misma: las mujeres. Las que protagonizamos las estadísticas insoportables, las que salimos perdiendo en cualquier ámbito, las que no somos tomadas en cuenta ni en los ensayos o estudios médicos porque el primer sexo manda, a las que agreden y matan sus propias parejas si estas son hombres, las que estamos en riesgo constante de retroceder (y de hecho lo hacemos a poco que se levante el viento) y de perder derechos. Porque los conseguidos hay que vigilarlos siempre, nunca son inamovibles. No hace falta siquiera imaginar que Vox toma el poder, aquí tienen al Partido Popular hace tan solo unas horas hablando de derogar la ley del aborto.

Es el momento de volver a las calles. La excusa COVID que solo usaban contra el feminismo se les ha quedado obsoleta. El día 23 de octubre a las 12h está prevista la primera gran manifestación post-confinamiento en Madrid. Las mujeres hemos vuelto a alzar las voces, a organizarnos, a imponer nuestras demandas ante el olvido y la invisibilización.  Ya hay preparados autobuses desde todos los puntos del país, ya hay días reservados, compañeras que acogen a otras de fuera de Madrid, grupos de más mujeres organizando la logística y creando las pancartas. Este 23 de octubre, volvemos a mirarnos entre nosotras y volvemos a plantarle cara al sistema. La calle es el único sitio con polvo donde no nos quieren y juntas es la única forma en la que nos temen. Así sea.

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