'Modern Love': amor, poquito... de moderno, nada

Hoy hablamos de Modern Love, la serie de Amazon Prime basada en la columna del mismo nombre que The New York Times publica desde hace casi dos décadas.

Por ahora hay dos temporadas, y sus capítulos son todos independientes; historias diferentes con distintas superestrellas en sus repartos. Después de la primera temporada, y los tirones de oreja recibidos por tener solo protagonistas con una blanquitud reluciente, se sucedió otra donde otras etnias obtenían también protagonismo. Al parecer, poco se habló de la clase social, ya que tanto la primera como la segunda temporada están llenas de apartamentos de ensueño en pleno corazón de Nueva York. La ciudad está representada como la Nueva York que nos muestran las comedias románticas de toda la vida: no existe la delincuencia, ni la mendicidad, ni nada que pueda estropear lo importante: el "amor". Tanto es así, que la única sinhogar que aparece en la serie lo es porque quiere.

Y es que nada puede enturbiar lo verdaderamente importante: la imagen que quieren proyectar de la ciudad que da nombre al periódico y el amor al que le han puesto un apellido que tampoco refleja la realidad. Quizás con "moderno" se refieren a que hay lesbianas y gays, una ya no sabe. A lo mejor es que antes no había.

No les voy a engañar, hay algún capítulo con el que he llorado, especialmente el que no se enrocan en el amor romántico y son otros temas los que toman protagonismo. Porque por suerte, no solo de amor se habla, también de salud mental, de duelo, de... lo que sea siempre que no haya temas políticos de por medio. La dimensión política de protagonistas y extras no existe. Son individuos sin complejidad alguna, viviendo en un mundo donde nada ni nadie torpedea sus vidas de ninguna manera y no tienen más complicaciones que las que necesita el hilo argumental. Quiere ser tan distante de la política, que está en la vida de todas, queramos o no, que en un episodio se habla del aborto sin acercarse siquiera a la palabra "aborto". La raza, la orientación sexual, la clase, el sexo, y cómo esto nos atraviesa a todas y todos, no está representado de ninguna manera en la serie. Hay personajes de otras etnias, pero son papeles que podría haber interpretado un blanco. Hay gays, pero en papeles en los que cualquier hetero podría enfundarse, y así con todo. Lo que ocurre al hacerlo así, es que al final, ni el duelo, ni la salud mental, ni ningún tema fuera del amor, queda realista, profundo o estimulante.

El amor tampoco es que sea muy modern, ni muy amor. La serie te habla sobre flechazos y sobre obstáculos típicos y tópicos que impiden a los protas a estar juntos como si te estuviera contando la última hora de un notición. Pero vamos a ver, es que no se nos ha olvidado de un plumazo el empacho de comedias románticas, señores. Dejen pasar unas cuentas décadas, al menos. Y luego, si eso, pónganle algo como "Vintage Love", para que una sepa qué se va a encontrar.

Más allá de todo, hay historias mejor construidas que otras, como la protagonizada por Minnie Driver (primer capítulo de la segunda temporada), pero muchas otras son simplemente algodones de azúcar de diferentes colores y texturas que no se cree ya ni prima chica.

Es muy difícil encontrar una definición de amor romántico con la que todo el mundo esté de acuerdo, eso es verdad. Para mí, es aquello que viene después del enamoramiento. Lo que permanece tras las ganas constantes de acostarte con tu pareja; lo que se queda cuando los nervios por verla de nuevo ya no te mandan al WC. Para mí el amor romántico es seguir riéndote, compartiendo, empatizando. Abrazarlo cada día, porque te apetece, te sale. Correr a contarle la última gilipollez que te ha pasado y que te escuche con el interés de una peli de suspense. El amor también es encontrarte mal, física o emocionalmente, y que se encargue, sin aspavientos ni medallitas, de la logística de tus movidas, para que tú solo tengas que lidiar con lo que te preocupa o lo que te pase. Es formar un equipo en el que no hay trampas ni cartón, ni dobles sentidos malvados, ni lanzamientos sutiles de culpas, ni intenciones rebuscadas. Dos jugadores que juegan, cada día, en el mismo equipo, nunca como contrincantes.

Pero esto es el amor es para mí. Hay tantas definiciones como personas. Sin embargo, si en pleno siglo XXI me quieren vender que el amor de verdad es el que sientes por un tipo que acabas de conocer en un tren... conmigo, definitivamente, que no cuenten. Ya estuve ahí en los 2000, y una quiere avanzar, no retroceder en el tiempo. Sobre todo a tiempos donde no conseguía entender la mitad de las cosas que sentía.

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