Recomendación semanal: una serie con muchos mundos dentro

Hay una serie en HBO Max que está pasando desapercibida muy injustamente. Una serie basada en la novela Station Eleven, de Emily St. John Mandel.

Se ha mantenido el nombre para la serie (Estación Once en español) pero me atrevería a decir que se ha mejorado en muchas cosas. Pocas veces dan ganas de recomendar antes lo audiovisual que el libro, pero en mi opinión este es uno de esos casos.

La historia sigue dos caminos paralelos, el de su protagonista en el Año del Desmoronamiento y el de ella misma 20 años después. Una Kirsten de tan solo 7 años y la Kirsten del presente, de 27, a la que vamos conociendo en ese entrelazado de su infancia y su juventud. El Año del Desmoronamiento es como las supervivientes llaman al año en que una pandemia fulminante se llevó por delante a más del 90% de la población, lo cual condujo a un colapso global en todos los sentidos. Y es que las sociedades dejaron de ser sociedades, los aeropuertos se convirtieron en pueblos, los McDonald's en casas para varias familias... Se acabó la electricidad, el tráfico aéreo, el abastecimiento de cualquier servicio y, claro, se acabó también Internet. Y aunque quizás esto suena mucho a otros contenidos que ya hemos visto, Station Eleven no es una serie de la que puedas hacerte una idea solo con esta premisa.

He preferido la serie al libro, sobre todo, por la diversidad en el reparto y el halo melancólico que rodea el ambiente de principio a fin, aunque es cierto que el libro da mucho más contexto y es más realista en muchos sentidos. Pero digamos que disfruté más lo envolvente de la serie que el realismo del libro. Sobre la diversidad, hay que decir que la serie (hecha 6 años después) contiene un abanico mucho más real: mexicanos, afroamericanas, blancas, indios... Pero no incluidas de forma poco orgánica y solo para cubrir cuota, que esto es algo que vemos muchísimo, dar papeles a personas no blancas y migrantes cuyas historias no tienen en cuenta ni la etnia ni sus problemáticas específicas, ni sus idiomas o costumbres, papeles que podría interpretar cualquier blanco. En esta serie cuidan un poquito más este aspecto. Si bien es cierto que, después del desmoronamiento, ni la etnia ni el género ni la clase tienen ya sentido, especialmente entre quienes nacieron después de la pandemia. Las personas "postpandémicas" tienen problemas incluso para imaginar qué era eso de Internet... ¿una cosa que no se ve pero que sirve para todo?

Pero olvidad todo lo anterior, porque esta serie no va de cómo sobrevivir sin Internet, sin aviones, sin luz ni agua corriente tras un colapso global, sino de la Sinfonía Viajera. La Sinfonía es un grupo de personas que hacen teatro y van recorriendo territorios para amenizar y cultivar a la gente que sigue viva (y su descendencia tras el caos). Se trata de un grupo de aficionados al teatro y antiguas profesionales de la interpretación y la dirección -entre las que se encuentra Kirsten-. Realmente, en el año 20, ya solo interpretan a Shakespeare, sobre todo desde que se dieron cuenta de que la gente prefería sus obras. Hamlet y El Sueño de una noche de verano son las más repetidas desde casi los inicios de la andadura de la Sinfonía.

Pero este periplo eterno de la Sinfonía Viajera no está exento de peligros. Las minisociedades que se fueron formando -tras la calma que se instaló en el mundo al acabar los primeros años de caos y violencia- no siempre son como una espera. No todo es paz y amor. No todo es lógico y racional.

Station Eleven es una de esas series que no te da igual. Y es posible que incluso quieras verla dos veces para empaparte de lo que ya viste o para ver por primera vez todo lo que te perdiste por el camino. Yo te recomiendo que luego te leas el libro para ampliar todos los detalles que la serie no pudo recoger, y desglosar las historias que esta producción -como el resto de producciones audiovisuales- no tuvo más remedio que suprimir o juntar.

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