En nuestra casa

Hay muchos temas con los que me hubiera gustado comenzar mi reincorporación a este medio tras unos meses de parón, sobre todo cuando estamos tan cerca del 8M. Me he decidido finalmente por un tema que no solo no ha disminuido debido al auge del feminismo, sino que no ha dejado de multiplicarse en forma y fondo: la presión sociocultural sobre el cuerpo de las mujeres.  Diría que las mujeres estamos aún más lejos de la autoaceptación que antes, y el motivo no es otro que el aumento del odio hacia nuestros cuerpos. Hay medidores que no fallan para llegar a estas conclusiones:

- Contenidos audiovisuales 

Hace un tiempo una amiga me dijo que hacía años que se inyectaba bótox en la frente. Le miré la frente, pensando que quizás no sabía yo lo que era realmente el bótox.  No estaba hinchada como los labios de aquellas que sí se han inyectado. Me reí, pensando que me vacilaba. Me dijo que iba a poner muecas y así podría comprobar que su frente no iba a moverse ni un milímetro. Yo seguía pensando que era una broma. Si de verdad su frente no se moviera, obviamente yo lo hubiera notado antes, sin necesidad de prueba alguna. Sin necesidad siquiera de que me lo dijera. ¡Cómo no iba a notar que la frente de una persona no va acorde con sus gesticulaciones!

Estaba totalmente equivocada. Para mi pasmo, yo asistí a la performance de mi amiga, que por mucha cara de enfado, por mucho que intentara fruncir el entrecejo o elevar las cejas, su frente no se movía, no se arrugaba, ni subía ni bajaba. Nada. Al ver mi cara de estupefacción empezó a reírse. Y aun así, ¡la frente de mi amiga estaba paralizada! Le pregunté por qué se había hecho eso, confundida. Me dijo que al inyectarse bótox ahí, podía estar tranquila ya que, al gesticular, su frente no se arrugaría, evitando la aparición de arrugas. ¡Yo ni siquiera sabía que le preocuparan las arrugas de la frente!

Desde entonces me fijo sin remedio en la frente de la gente. Especialmente en la de quienes llenan mi pantalla con primeros planos imposibles: mujeres y hombres de series, películas, documentales y todo lo que caiga en mis noches de insomnio. El otro día, por ejemplo, veía una serie que quería comentar en este medio debido al éxito que estaba teniendo. Una serie horrible y rancia de la que ya hablaremos en otro momento. El caso es que aparece una actriz a la que personalmente adoro, y además me parece graciosísima. No diré quién es por motivos obvios, pero hacía solo un año que no la veía en pantalla y en ese intervalo de tiempo varios quirófanos le habían pasado por encima. Se me partió el corazón. Miré en la Wikipedia: tiene 34 años. No es solo que su frente no se moviera, es que nada se movía. Lamenté haber empezado la serie, sobre todo, por esto. Me dieron muchísimas ganas de decirle que era la mejor, en este patriarcado y en los que estuvieran por venir, que trabajaba mejor que quiere y que no necesitaba nada de esto. Como si ella supiera quién soy o le importara mi opinión... pero sobre todo me enfadé. Me enfadé porque su cara de 34 años no se puede mover cuando el que hace de su pareja tiene 15 años más y se le ven perfectamente las arrugas, las canas y hasta las manchas del sol. (Os reto a encontrar a una sola mujer en pantalla que tenga -en cara o manos- las llamadas "manchas de la edad"). Lo mismo pasa con niñas que hemos visto crecer en pantalla y antes de darnos cuenta tienen los labios inmóviles y rellenos, y por poner un ejemplo que podemos nombrar de tan lejos que nos cae: las protagonistas de Modern Family. No solo las adultas van sometiéndose visiblemente a intervenciones a lo largo de las temporadas, sino que las que fueran niñas, una vez entrada en la juventud, hacen lo mismo.

Sobre ellas desafiando al tiempo y ellos navegándolo cómodamente podemos seguir hablando: ocurre con todas las series donde aparece, por ejemplo, José Coronado. Solo por nombrar uno de los muchísimos hombres en este país que hacen obvio el contraste con sus compañeras de reparto en la serie o peli de turno. Coronado, para mí, representa en España a todos esos hombres que da igual cuántos años cumplan que siempre serán considerados atractivos y cuyo caché jamás baja. No solo no baja, sino que sigue estando en todos sitios, interpretando todos los papeles posibles. A nivel mundial le ha tocado el turno de ser el summum de lo atractivo a otro hombre llamado Pedro Pascal. No necesita presentación desde que apareciera en la serie Narcos, pero ahora con The Last of Us la cosa está rayando ya en títulos honoríficos tan estomagantes como "El novio de internet". Hasta él rechaza lo que ocurre. Hoy veía un vídeo donde Pascal se quejaba con algo como "¿Qué ha pasado culturalmente para que un viejo como yo (ronda ya los 50 años) sea considerado algo así?".

El novio de Internet, literalmente, podría estar ahora mismo jugando con sus nietos mientras que, al otro lado del escenario, nos encontramos con todas esas mujeres que sin haber cumplido 35 años son demasiado mayores para interpretar a las parejas de hombres como, precisamente, Pedro Pascal o José Coronado. Los hombres nunca son demasiado mayores para interpretar romances con jóvenes, para películas o series de acción o para lo que haga falta.

- Las cifras

En esta parte no hace falta extenderse demasiado: las mujeres han seguido yendo a sus citas para intervenciones estéticas incluso en pandemia. Sigue creciendo el número de personas que se "retocan", se cambian o se paralizan partes de su anatomía. Y decir "personas" es una concesión generosa porque -para sorpresa de nadie- el 80% son mujeres. No es solo cosa de España, claro. El problema es que cada vez son más jóvenes. Y si nos vamos a países como Corea del Sur, comprobamos que las chicas no solo tienen miedo a no parecer jóvenes, perfectas e inmaculadas, sino que también se operan recién estrenada la mayoría de edad para parecer occidentales.

Que las mujeres de todo el mundo estemos en este punto nada tiene que ver con un gen presumido que reside en nosotras y contra el que no se puede luchar. Si somos nosotras las víctimas del odio que tenemos a nuestro aspecto, sea este el que sea, es porque somos nosotras las representadas en todas esas portadas, pancartas, panfletos, flyers y lonas gigantescas colgadas de edificios de las que no te deshaces por mucho que corras. Especial mención en este punto a las farmacias, lugares supuestamemnte seguros que en realidad son el mismo infierno para nuestra autoestima.

- La principal consecuencia

La principal consecuencia de que las mujeres nos veamos incapaces (incapacidad inducida por el sistema) para aceptar plenamente nuestro cuerpo no es solo que pasemos la vida intentando cambiar lo que somos -ya sea por medio del esfuerzo, de las dietas o por medio de quirófanos e intervenciones costosas, peligrosas e irreversibles-, el problema es que mientras estamos en esas, no estamos en otras. Se nos va la vida odiándonos.

Es decir, que paradójicamente, la principal consecuencia de esta presión sobre nuestros cuerpos es que no estamos dando tiempo y energías a combatir al sistema que nos hace odiarnos a nosotras mismas. Nos tiene ocupadas en mirarnos y a la vez no querer mirarnos. En comer varias veces al día pensando que deberíamos comer menos veces. En no tener tiempo para largas siestas y a la vez pensar que ojalá tuviéramos, no por nada, sino porque es fantástico para la piel. Pensando en que no tenemos dinero y a la vez mirar los precios del láser que te quita las manchas, por si han bajado. En andar de un lado para otro haciendo recados, trabajando, llevando a las criaturas, atendiendo a los mayores, para llegar a casa y mirarnos al espejo y lamentar la piel floja de nuestra barriga, ¿tendremos tiempo de ir al gimnasio alguna vez? ¿Y ganas? Qué va, si es que somos lo peor. Mira cómo estamos, blandas, gordas, flacas, manchas, nariz grande, apenas pestañas (¿han inventado ya pestañas fijas, ¿cuánto valen?), encima las gafas del cerca, y los labios cada vez más finos, y las tetas cada vez más abajo, si las tienes gordas, fatal, si las tienes chicas, peor, si eres alta, ojalá unos centímetros menos, como tu hermana, si eres baja, yo sería más feliz con un par de centímetros más, como mi prima. A mí todo me iría mejor si mi espalda estuviera completamente recta, como mi mejor amiga, y mi pelo fuera completamente liso pero con volumen, como mi madre, ¿por qué no saqué eso de mi madre? Quizás un poco más de culo, pero para arriba, no para abajo. Y las piernas bien torneadas, como mi compi de curro, no como yo, que lo tengo todo en los muslos y parezco la mujer pollo...

En definitiva, se nos va la vida deseando ser otras personas, y este es el método de control más eficaz del patriarcado. El sistema nos controla hoy y nos ha controlado siempre con nuestro cuerpo. Y es un método tan perfecto, tan potente, tan infalible, que da absolutamente igual lo mucho que el feminismo lo haya inundado todo. Aquí seguimos, engordando las listas de espera para cambiarnos, modificarnos, paralizarnos, agredirnos.

El feminismo nos ha enseñado a empatizar, a escuchar con atención y a amar a otras mujeres, pero aún no podemos decir que hayamos conseguido sentir todo eso por nosotras mismas. Hace falta que peleemos con la furia de quienes están librando una guerra en su propia casa. Porque el enemigo es más fuerte y, el daño que hace, en nuestra casa se queda. Nuestra casa es nuestro cuerpo, somos nosotras, eres tú y soy yo. Podemos echar al enemigo, pero lamentablemente creo que vamos a necesitar muchísima más munición.

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