Pedro Sánchez estuvo ayer en el programa de Alsina en Onda Cero. Le decía el periodista al presidente que las políticas hechas desde el Ministerio de Igualdad han sido hechas desde la confrontación, desde el conflicto. Sánchez ha contestado que más que "las políticas" lo que se ha hecho desde el conflicto han sido "los discursos", ya que él mismo tiene amigos entre los 40 y los 50 años que se han sentido mal con algunos (discursos de Irene Montero, se entiende) y que él apuesta más por un feminismo "integrador" y no de "confrontación".
Es claro que toda la conversación ha girado en torno a dos hombres hablando de las formas y maneras de una mujer. Dos hombres que estaban dándose la razón entre ellos -y por extensión a los amigotes mencionados-, validándose entre ellos, empatizando el uno con el otro y hasta con el que no conocen. Porque los hombres sí tienen muy claro quiénes son ellos y quiénes nosotras.
No seré yo quien defienda las políticas de Irene Montero, literalmente llevo 4 años escribiendo en contra de -prácticamente- todas las leyes hechas y presionando para que se hicieran las que Unidas Podemos prometió, como la de la abolición de la prostitución. Diré más: a día de hoy, prefiero que ya sea otro gobierno quien legisle para abolir la explotación sexual, viendo la técnica jurídica que se ha gastado el Ministerio de Igualdad esta legislatura. Pero, Señor Presidente, si estoy en contra de algo, si algo me parece bien o mal, si lucho contra o a favor de cualquier cosa, siempre es desde la reflexión previa. Después de haber estudiado los pros y los contras de cada asunto, después de haberme apoyado en las reflexionas de expertas, después de haber resuelto las dudas que algo me pueda provocar... en definitiva, para defender o atacar es necesario haber pasado el filtro de la razón a la cuestión en sí.
Señor Sánchez, si usted ataca a alguien por sus formas sin tocar su fondo ("no han sido las políticas, han sido los discursos"), ese alguien va a sufrir su profundo sesgo machista. Porque a los hombres se les permite sacar la bravura, la vehemencia, la valentía y osadía. Pero en las mujeres eso siempre se va a usar como una forma de desautorización. Y eso es exactamente lo que hizo usted ayer con su compadre Alsina. Eran ustedes sencillamente dos señoros compadreando en la barra de un bar, donde uno llamaba la atención al otro por su mujer, y el otro mitad la justificaba mitad arropaba al colega, no fuera a ser que el señalador se sintiera poco validado. Sin ánimo de ofender: le faltaban a ustedes los carajillos y un camarero riéndoles las gracias.
Los señores siempre se van a validar entre ellos. Siempre. Da igual de qué ideología sean, los cargos que tengan, la diferencia de clases... siempre y cuando haya una mujer de por medio, claro. Nada une más que un enemigo común. Ellos siempre ven en el otro su igual, su semejante, y en la mujer verán a la otredad, al incordio, a la Eva de turno, a la Yoko Ono. Esa homoafectividad es la que domina el mundo, la que gobierna países, la que legisla aquí y allá y la que escribe la historia. Contra esa homoafectividad, evidentemente, pelea el feminismo.
Son las formas lo que precisamente no ha gustado a sus propios aliados en Sumar, por eso Montero estaba vetada. Todo el mundo prefiere las formas de Yolanda Díaz y esos vídeos con muchos likes que saca para redes sociales donde parece que siempre te está invitando a asistir a su comunión. Esas formas suaves, sonrisa eterna, de la habitante de un país que no parece el tuyo porque, madre mía, qué feliz es. Montero está muy lejos porque ella sí pierde el tono y las formas. La fuerza es mucho mejor controlarla (si eres mujer, especialmente) hay que elegir bien los espacios y el público para sacar garra. Es decir: hay que impostar todo el rato, pensando más en la estrategia política, en quién te está escuchando y desde dónde, que pensar en la ideología misma, en qué es lo que quieres para tu país y qué estás dispuesta a arriesgar para conseguirlo.
Ideológicamente, en cuanto al feminismo, no puedo estar más en las antípodas de Irene Montero. Básicamente porque pienso que cuando niegas el sujeto mismo de la lucha, estás cargándotela. Estoy feliz porque desaparezca del mapa, la verdad, pero desde luego, estoy radicalmente en contra de por qué ha desaparecido del mapa político. Porque ni Pedro Sánchez ni Yolanda Díaz difieren en nada de Montero. Ideológicamente, Sánchez no ha puesto un pero a las políticas de Igualdad (de hecho, ahí está en público con Alsina, defendiéndolas como propias. Y ahí está en privado, cesando a Amelia Valcárcel del Consejo de Estado). Y Díaz no solo las ha permitido sin chistar, sino que hace pocos meses prometía ampliar la ley que más daño ha causado al movimiento feminista en España y el extranjero: la ley trans que niega el mismo significado de mujer. Ya me dirán ustedes por qué el veto a Irene Montero. Las formas. Demasiado masculinas.
Por si les supo a poco todo, Sánchez también opinó sobre cómo tiene que ser el feminismo, tomando como referencia de "feminismo" lo que existe en las instituciones y en su Gobierno (es que ni Miliki, amigas, de verdad que ha sido un stand comedy pero en sentados).
Señor Sánchez, el feminismo son las mujeres que luchan cada día contra el poder. Son las mujeres que salen a la calle, que se pelean contra usted y sus amigos ofendidos, contra los Alsinas y los medios de comunicación que perpetúan el machismo. Son las mujeres que los vigilan a todos ustedes. El feminismo reside en todas las casas donde se ven sus entrevistas para analizarlas y señalar la misoginia que se desprende de ellas. Y son las mujeres que les respiran en la nuca. El feminismo son las mujeres críticas, las que escuecen y molestan, las que pasamos el filtro de la razón y no defendemos más partidos, colores o siglas que las de esta lucha, que tiene 300 años de historia. El feminismo no es lo que usted (ni sus amigos) quiera ni necesite, ni va a convertirse en "integrador" o cualquier otra palabra que se saque usted de la manga para criticar a su socia de Gobierno.
El feminismo siempre será confrontacional, polémico, instigador. Si no incomoda, Señor Sánchez, no es feminismo. Y, sobre todo, recuerde que lo que usted opine o quiera que sea el feminismo, no es vinculante. O dicho de otro modo más claro y menos integrador: las feministas nos limpiamos el culo con su opinión.
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