La carne y la masculinidad

En el año 2000, una afamada revista científica ya mostraba evidencias científicas sobre cómo el consumo de carne incidía directamente en el cambio climático. La FAO advertía también que la ganadería amenaza el medioambiente. Se le unen el IPCC (expertas de la ONU en cambio climático) y la Organización Mundial de la Salud. La ciencia se lleva pronunciando sobre esta problemática dos décadas, que se dice pronto.

La semana pasada, Alberto Garzón hablaba del asunto en redes, esto ya lo sabemos todas porque aunque no tengamos redes, el griterío patrio se ha oído allende los mares. Políticos de derechas comenzaron a tuitear los bistecs que iban a comer, incluso Cristina Cifuentes, que decía no acostumbrar a carne, iba a comerla ese día en honor a Alberto Garzón. Un espectáculo bastante sonrojante.

¿Por qué la derecha, en concreto? ¿Por qué los hombres en particular? Aunque no se reduce ni un espectro ni a un sexo concreto, tiene mucho que ver, y la explicación radica en el vínculo entre la carne y la masculinidad. No pocos estudios vienen diciendo que los hombres consumen más carne que las mujeres, incluso que muchos sienten presión social para consumirla (perder puntos en el carné de macho es facilísimo, mantener intacta la masculinidad es una trabajo 24/7).

La derecha y el patriarcado se unen en muchos puntos, pero uno importante es el de intentar mantener el statu quo y también su incapacidad para abrir la mente y cambiar a mejor. Su propio nombre describe su ADN: son conservadores, tradicionalistas. Vaya, son el pasado anclado con el que el progreso ha tenido que lidiar durante toda la vida para avanzar y evolucionar. Su animadversión a todo lo que implique progreso, como todas sabemos, es histórica y deja un reguero de cadáveres, desde proto-científicos, científicas e investigadoras y sabias (brujas) hasta personas inocentes en nombre de Dios. Los dioses le han venido siempre bien a la derecha para controlar a aquellos que osaban reflexionar fuera de la línea recta que marcaba la religión de turno. Cualquier cosa que no guste o que conlleve realizar cambios era (y es) directamente pecado. Así,  Galileo fue condenado a arresto domiciliario hasta su muerte o Vanini, por ejemplo, fue quemado vivo en la hoguera; así escribieron El Martillo de las Brujas, el libro que se usaría como la Biblia para matar a mujeres en toda Europa al grito de ¡Bruja", y así comenzaron cientos de guerras.

El consumo de carne se ha relacionado siempre (con artes muy rancias) con la virilidad y con la fuerza. Se sigue viendo así, de hecho. Se han difundido siempre todo tipo de mentiras que se convertían en axiomas, como la de que los hombres tienen más musculatura y, por ende, necesitan más carne. La masculinidad debe preservarse más que la vida, y hasta el consejo de la OMS de no consumir carne roja por su relación con el cáncer, fue visto como ofensivo y humillante.

No es de extrañar que los hombres consuman casi el doble de carne que las mujeres,  ni tampoco que la población vegetariana y vegana haya sido siempre mayoritariamente femenina. Miren lo que volcaba un estudio de la APA PsycNet, realizado entre población universitaria: "los estudiantes varones utilizaban estrategias directas para justificar el consumo de carne, entre las que se encontraban defender las posturas pro-carne, negar el sufrimiento de los animales, creer que los animales están por debajo de la jerarquía de los seres humanos y que es su destino comerlos. También ofrecían justificaciones religiosas y de salud para comer animales. Las estudiantes utilizaron estrategias más indirectas, como disociar a los animales de la comida y evitar pensar en el trato a los animales. Un segundo estudio descubrió que el uso de esas estrategias masculinas estaba relacionado con la masculinidad. En los dos estudios, las estrategias de justificación masculinas se correlacionaron con un mayor consumo de carne, mientras que la aprobación de las estrategias de justificación femeninas se correlacionó con un menor consumo de carne y un mayor consumo vegetariano".

Fue Carol J. Adams y su libro "Política Sexual de la Carne" quien, en 1990, consiguió hacer llegar el vínculo entre masculinidad y consumo de carne en el mundo occidental a la gente, ya que su análisis fue impecable. A día de hoy, 31 años después de su publicación, este libro sigue siendo objeto de lecturas e inspirando nuevos estudios. En Política Sexual de la Carne, Adams incluye anuncios en prensa y TV para demostrar cómo de normalizada tenemos esta unión carne-masculinidad. En 2021, aún vemos esto anuncios sin rebajar una pizca su misoginia, usando el cuerpo de las mujeres y, de paso, mintiendo descaradamente:

Esta campaña en concreto es de Provacuno, subvención millonaria de la UE mediante.

No es casual el uso del cuerpo de mujeres para vender productos masculinos. Sexualizarnos tampoco es nuevo, ni para este fin ni para ninguno. Para vender carne, y cuanto más roja, con más ahínco, se ha cosificado siempre a las mujeres. Campañas que incluso han tenido que ser retiradas, como esta en Portugal. Campañas que no fueron retiradas y tuvieron un impacto brutal sin que nadie moviera un dedo, como esta de Burger King "I am a man". Incluso hay libros que se llaman "Come con un hombre" cuya portada es un bistec poco hecho. Los ejemplos son infinitos. El consumo de la carne como mandato patriarcal ha surtido siempre un efecto muy potente.

No es casualidad tampoco que las sufragistas, aún lejos en el tiempo de estos análisis y estudios, comenzaran a rechazar el consumo de carne, y tampoco que en el movimiento feminista haya muchas más veganas y vegetarianas que en la media de la población. En el caso de la sufragistas, también el rechazo a la vivisección de animales en estudios. Ser empáticas parece un superpoder femenino, pero en realidad es género. Nosotras debemos cuidar del planeta, de todas las criaturas y animales, el "instinto maternal" es nuestro... y demás mandatos patriarcales. Nuestra empatía es producto del género basado en nuestro sexo, y no queremos deconstruirla, solo que no sea monopolio nuestro, porque el mundo es un lugar mucho mejor si somos capaces de empatizar con quienes tenemos alrededor o con quienes sabemos que sufren aunque no estén a nuestro lado.

Pero la realidad es que vivimos en un mundo lastrado por el patriarcado, la masculinidad y por la derecha (ni te cuento la ultraderecha), donde cada pequeño avance cuesta un mundo. Solo echen un ojo a la campaña de acoso y derribo contra Alberto Garzón en redes, que simplemente se hacía eco de una información archisabida, encontrarán a muchos hombres, muchos votantes de derechas, fascistas y políticos de derechas y ultraderecha, pero sobre todo, mucha masculinidad, siempre a punto de romperse en mil pedazos.

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