Una china en el zapato

El talento de San Valentín

Este año San Valentín me pilló en "Territorio Highsmith", completamente inmersa en la biografía de Joan Schenkar (Circe) sobre la escritora. De manera que los venenos, cuchillos y accidentes pasionales de sus novelas se me han cruzado con los taladradores que hacen agujeros en forma de corazón publicitados estos días.

     El amor de los enamorados es, después de todo, el más rentable: anillos de compromiso y aniversarios. Es un amor con santo, con logo, con merchandising. El amor por el semejante resulta sin embargo bastante más desvaído, por no tener no tiene ni santo.

     Precisamente el lunes vi por casualidad un programa en televisión dedicado a la salud, un espacio preocupado por el bienestar de la gente. A él llama Manolita, y nada más saludarla la presentadora le dice que espere y corta para ir a publicidad. Diez minutos después se retoma el programa, y otros diez minutos más tarde la presentadora –que  está hablando con el especialista- se acuerda de Manolita que en efecto sigue al teléfono. Al fin, entre nervios y lágrimas Manolita consigue dar a entender que tiene mal las piernas y teme perderlas. La presentadora responde risueña antes de colgarla de cuajo: "no, mujer, cómo vas a quedarte sin piernas, si ahora hay muchas prótesis".

     El desprecio por el otro a veces es tremendo. En manos de Patricia Highsmith la venganza de Manolita podría resultar letal. Especialista en egos, alter egos y relaciones complicadas, al final de su vida Pat se encerró en una especie de búnker suizo. Dentro metió todo el alcohol posible, y fuera dejó a todas sus amantes. Quizás en el fondo fuera un acto, highsmithiano, de amor.

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