Una china en el zapato

De pronto, el desconcierto

El precio de la onza de oro alcanza estos días su máximo histórico. (Vamos a tener que hacer una visita a la máquina expendedora del Hotel Palace.) La verdad es que ya hacía tiempo que en las esquinas más comerciales de la ciudad el reparto de folletos de descuento en fotodepilación o de ofertas de hamburguesas dos por una había sido sustituido por los insistentes papelitos Compro- vendo Oro.

     Sin embargo el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, afirmó el mes pasado que el oro no es dinero, en un diálogo un poco surrealista con el congresista republicano Ron Paul (el vídeo puede encontrarse fácilmente en la web). Cuando este le pregunta: "¿cree usted que el oro es dinero?", Bernanke se queda estupefacto, como sorprendido por la pregunta y sin saber qué decir. Tras una larga pausa responde: "No". A esta negativa siguieron algunos momentos de incertidumbre, porque de repente era como si se enfrentara a una cuestión inédita, algo no pensado nunca. Entonces, ¿por qué guardan oro los bancos centrales?, preguntó el congresista.  Después de muchos titubeos la respuesta fue: "Bueno, es una tradición".  La perplejidad de ambos domina la escena, y eso es lo que me gusta porque lo que yo veo es una especie de vuelta a un estado cero, primitivo, en el que se plantea qué cosa usamos para el intercambio: ¿semillas, piedras preciosas, metales? Es porque nos hemos puesto de acuerdo durante 6000 años en que el oro es dinero, zanja Ron Paul. De repente hablan casi como filósofos, no como administradores de fincas.

     A mí, que todo esto me resulta incomprensible –la economía, quiero decir-, lo que me parece interesante de este diálogo es la incertidumbre con la que en un momento dado se puede mirar el mundo, y la extrañeza que ocasiona ver de pronto las cosas como son: meras convenciones, una tradición.

     Y así hoy, desde el desconcierto del momento que vivimos miramos hacia atrás y hacia delante reformulando ciertas preguntas: -¿qué es el dinero?, ¿todo desarrollo es progreso?, ¿quién impone las reglas?, ¿a qué llamamos democracia?-, no me parece, ese desconcierto, un mal lugar desde donde mirar las cosas. La perplejidad surge de la certeza de que todo lo que vivimos no son sino acuerdos a los que nosotros mismos hemos llegado, y por tanto se pueden debatir, y se pueden cambiar.

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