Una china en el zapato

El mundo versus yo

     La Jot Down Magazine publica una interesante entrevista a Luis Rojas Marcos. En ella, el prestigioso psiquiatra cuenta algo curioso: por lo general, si uno se adjudica un siete de felicidad a sí mismo, al mundo se le da un cuatro. Al parecer nuestra mente siempre nos hace creer que somos más felices que los demás. Un autoengaño, un recurso de supervivencia, una manera de enfrentar el universo hostil en el que vivimos.

     Así que pensamos que esto se hunde y el mundo nos merece valoración casi 0 (los especuladores se ponen las botas y el ciudadano medio se va al garete). Nosotros nos salvamos, siempre habrá alguien que esté peor –el mundo-. Todo está urdido a este fin: la publicidad nos vende ese sucedáneo de felicidad, las compras nos animan un momento, se nos ofrecen colorines y vistazos relajantes al papel couché: "lo estamos pasando mal igual que todos, afirma la duquesa de Alba".

     Y así podríamos seguir, ojeando catálogos de venta y exclamando "qué ven mis ray-bans", pero dicen que las florituras y la superficialidad de este tiempo postmoderno van dejando paso a otra cosa. El refugio ante el horror quizás deje de ser entonces ese brillo vacuo y pueda serlo, qué sé yo, un libro, una exposición, un concierto. Algo con contenido. Anteayer, para pasar el mal trago de la columna que iba a publicar al día siguiente,  el economista Paul Krugman colgó en su página de opinión del New York Times un tema musical, "Cosmic Love". Podría haber colgado un anuncio del refresco que vende felicidad, pero no.

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