Anoche vi en Antena 3 la primera parte del biopic sobre la reina Sofía cuando era de Grecia y casadera, y la papada de Puigcorbé aún aspiraba al trono de España como Juan de Borbón. Emma Suárez, sepultada bajo un cardado mítico, ejercía de Federica, madre de la criatura, el príncipe Juan Carlos era un muchacho alocado y todos juntos se lanzaban unas peroratas tremendas donde dejaban muy claro que lo suyo era la resistencia contra la dictadura franquista, el servicio al pueblo y la democracia como estilo de vida. Una preciosidad digna de una obrita teatral de fin de curso.

Para los que esperáramos una nueva noche de risas y delirio a lo 'Felipe y Letizia' de Telecinco, la de ayer fue una velada aciaga; ni una carcajada, ni una alegría, nada. 'Sofía' renunciaba a cualquier influencia Chanante para beber, directamente, de las fuentes de las películas de Sissi emperatriz, con mucho amor, mucha bondad, mucha ternura y un empalago insoportable que provocaba la vergüenza ajena y un rubor constante. (Al cabo de los años, descubriríamos que Sissi no era esa pánfila que interpretaba Romy Schneider, sino una tirana drogadicta y desdentada...)

Anoche, cuando veía 'Sofía', ese ejercicio de propaganda tan flojito pero tan burdo, pensaba en las risas y las burlas que provocó hace un tiempo ese deseo de Hugo Chávez de que se hicieran telenovelas socialistas, ¿se acuerdan? Pues aquí hacemos panfletos monárquicos y nadie se parte la caja (tonta o torácica, igual me da).

Terminaba el primer capítulo de ayer con la boda de Juan Carlos y Sofía en imágenes de archivo con el Aleluya de fondo musical y nos anunciaban el desenlace de la semana que viene con Sofía fascinando a la collares y a Franco, entregadísima a España y blablabla. Si 'Felipe y Letizia' demostró lo divertido que puede ser fumarse el ¡HOLA! a color, 'Sofía' deja claro que inhalar prensa monárquica franquista es perjudicial para la salud. Para la de Pilar Urbano y para la nuestra.