Los entrevistadores políticos televisivos deberían andarse con cuidado. Conste que no lo digo solo por Ariadna Oltra, de TV3, a quien Duran i Lleida replicó de mala manera el jueves por la mañana (para después disculparse en público en mitin vespertino) ni por Gloria Lomana, a quien Rubalcaba le negó contundente la mayor de sus preguntas en varias ocasiones durante su entrevista de anteanoche. Esto tampoco va por Ana Pastor (la que no es del PP) ni por donde quiera que esté Iñaki Gabilondo.

Los entrevistadores políticos televisivos tienen que protegerse y evitar que la próxima vez que yo me acerque a esta columna en otras elecciones –si se diera esa ocasión–vaya a ser capaz de mencionar de corrido sus nombres y apellidos; porque no hay nada peor para ellos que una vida propia más allá de la que dedican a dar cuerda a los candidatos con sus preguntas. No hay nada más peligroso que dejar al descubierto alguna de sus zonas blandas, expuestas a los dientes de algún político acorralado. Ya pasó en el género del chisme y me temo lo peor de esta nueva televisión que exige audiencias a cualquier precio y no está dispuesta a seguir cediendo sus espacios a aburridos actos electorales de los candidatos en plató para generar así un conjunto casi vacío de audiencia. No.

Mi sospecha es que las televisiones comerciales y la pública que nos espera no tardará en empezar a exhibir en antena las interioridades de sus analistas políticos e incluso a regalar algún escándalo a la audiencia; lo que sea para que en la próxima campaña electoral, cuando llegue el turno de las entrevistas con los candidatos, los espectadores estemos esperando que la exhibición de trapos sucios se dé por ambas partes, como la televisión nos enseñó que podía hacerse, primero en ‘Tómbola’, después en ‘DEC’ y ahora en ‘La Noria’ y ‘Sálvame’.