Monstruos Perfectos

El sentido de los premios

Recibir premios ya no es una cuestión de méritos, sino de visibilidad. Ya no es un asunto de competencia, sino de existencia. Se publican tantas novedades editoriales cada día, se editan tantos discos y se estrenan tantas películas a la semana, que el sistema necesita el mecanismo de los premios para generar una atención extra sobre algunos de sus productos y así recuperar inversiones o ganar apuestas propias y ajenas. Pero no es esa su única finalidad.

En una sociedad saturada de informaciones (en plural y con minúscula), ansiosa por devorar noticias de actualidad con idéntica fruición con que las olvida, es imprescindible generarlas. Un premio es una noticia. Por eso ya no hay ganadores, sino protagonistas. Ya no hay perdedores, sólo finalistas. Que a uno le den un premio ya no significa que su obra haya sido considerada mejor que la del resto de participantes en el certamen que fuera, sino que el jurado promotor del galardón –consciente de lo importante que es aprovechar al máximo el diminuto espacio que obtendrá en los medios– lo ha elegido como el rostro de su nueva campaña publicitaria. Nada más. Y nada menos.

Lo divertido de todo esto es que esas campañas de publicidad gratuita funcionan del mismo modo que las de publicidad convencional, pagada: cuanto mayor sea la cuantía del premio, más espacio le dedicarán. Hay excepciones, por supuesto. El Renaudot no tiene dotación económica, y mi adorado Pennac lo acaba de ganar.

Más Noticias