Monstruos Perfectos

Imposibilidad de réplica

Empiezo a leer Los mordiscos del Alba, de Tonino Benacquista, la historia de un par de desempleados parisinos propietarios de un esmoquin, pagado en francos, gracias al cual dedican sus noches al meritorio arte del gorroneo en fiestas de barra y bufé libre. Promete. Y me recuerda un poco a la historieta veraniega del gourmet suizo desaparecido en El Bulli y hallado en Ginebra, Pascal Henry; un caballero que fue noticia durante su extravío, y tras su reaparición ya no es nadie. La vida, a veces, es así de canalla. Somos alguien mientras no estamos, durante ese tiempo en que se nos busca o se nos espera. Pero una vez presentes, perdemos toda trascendencia. Antonie y Bertrand se llaman los protagonistas de la novela de Benacquista, y en la página 49 ya están metidos en un lío:"El después. Qué raro resulta darse cuenta de que algo se está terminando cuando nada ha empezado todavía."

Vuelvo a pensar en Pascal Henry durante nuestra comida en el Zuberoa, un dos estrellas Michelin magnífico donde practico otra clase de lectura comprensiva y provechosa; la de su impecable menú desgustación. Su foie-gras en caldo de garbanzos y panes fritos me pone al borde de las lágrimas. A punto estoy de levantarme, ir hasta la cocina y comerme a besos a Hilario Arbelaitz, uno de los grandes que prefiere mantenerse alejado del relumbrón mediático para atender su restaurante cada día, estar al pie del fogón. Controlo mi arranque efusivo gracias a unas pochas al aroma de jabugo y chipirones salteados que me provocan los primeros síntomas del síndrome de Stendhal culinario. Podría esperar a terminar el postre -¡esa tarta de queso!- para salir a pasear, desaparecer, marcharme sin pagar y probar a salir en los periódicos sin necesidad de pasarme horas leyendo y escribiendo; constar por no estar. Fantaseo con la posibilidad mientras bebo mi segundo vaso de grapa helada y escucho a mi amiga Arantza, que me cuenta cómo hace un par de años, allí mismo, cuando fue a los lavabos, se encontró con una señora con una enorme mata de pelo blanco rizado que se secaba las manos con una toalla frente al espejo: ¡la Duquesa de Alba! Afortunadamente, me cuentan, Cayetana suele venir cada año, pero sólo en junio o julio, nunca en agosto. Menos mal. Hubiera sido demasiado, incluso para mí, soportar la coincidencia: ver masticar a la duquesa al tiempo que sé que en el bolso cargo con un libro titulado Los mordiscos del alba.

"Diría que lo que me interesa en el teatro es que no hay réplica posible Cuando cae el telón te vas. Una pieza debería tener esa cualidad, no poderla replicar." En palabras de Juan Muñoz, reproducidas en uno de los pasillos de la segunda planta del Guggenheim de Bilbao, donde hemos ido a ver una apabullante restrospectiva de su obra. Diría que, a mí, es lo que me interesa de la vida, de este agosto de lecturas que ya está llegando a la mitad cuando nada ha empezado todavía. Imposible replicar.

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