Monstruos Perfectos

Poder para poner las cosas en su sitio

Escribo desde la terraza de un hotel en Sitges donde hemos pasado esta noche después de una espléndida cena con dry martinis muy secos y jugosa langosta en la casa de la playa de unos amigos en la Costa Dorada. Una deliciosa velada con fondo musical a cargo de Ornella Vanoni, Vinicius y Tonquinho juntos. Una maravilla. Pienso que la vida es muy injusta, y que lo es casi siempre a mi favor.

Tecleo con un ojo puesto en la pantalla y el otro en las piscinas del jardín, que me llaman desde abajo para que me sumerja. Para que despache esto rapidito y me pegue un buen chapuzón que me cure el bochorno. Y, todo hay que decirlo, la ira. Porque desayunarme la noticia de la doble paternidad de Ricky Martin a vientre subrogado me ha puesto en un estado de irritación que sólo se calma a golpe de crol frenético. No hay derecho. Se pasa uno años guardándose en secreto una inconfesable y vergonzante obsesión sexual por un chulazo bailón y, de repente, un día se da cuenta de que su fantasía no se va a cumplir jamás: el chulazo se ha convertido en orgulloso padre de un par de gemelos. Así, sin avisar y sólo un día después de que a mí me diera por reflexionar sobre los dobles a propósito de las memorias de Gore Vidal y de un reportaje en el ¡HOLA! con Raquel Mosquera e hija trenzadas a la par. Ya es casualidad. Y mala leche. De la noche a la mañana, Ricky ha decidido calmar su instinto paternal con un par de desconocidos diminutos sin ni siquiera consultarme, o darme la oportunidad de hacerle padre, a mi manera. Qué despropósito. Estoy desolado.

Me consuelo con la inminencia del baño clorado y la lectura del número veraniego de BUTT (Culo), que contiene una espléndida entrevista con quien fuera el manager de Wham!, Simon Napier-Bell, en la cual descubro que, hace más de 20 años, mi admirado Quentin Crisp -autor de El funcionario desnudo,uno de mis libros de referencia- entró a un estudio de grabación para cantar una versión casi hablada del Where did they go? de Peggy Lee que Napier-Bell guarda en sus archivos, junto con algunas fotografías de aquella época, cuando George Michael y Andrew Ridgeley todavía posaban en los aeropuertos, de vuelta a casa para encontrarse con sus novias.

En El funcionario desnudo, unas memorias que Crisp escribió sexagenario, seguro de la inminencia de una muerte que no le llegaría hasta treinta años después, en 1999, "cansado, delgado, hambriento", Quentin repasa su vida londinense, recuerda humillaciones y penurias, pasa por encima de deseos incumplidos (enamorarse, enamorar, el éxito como escritor, la fama) y solo se lamenta de una cosa: no haber tenido poder. Poder para poner las cosas en su sitio. Que es, precisamente y chascarrillos aparte, el que acaba de ejercer Ricky Martin como nuevo padre soltero, que aprovechará el feliz acontecimiento paterno mercantil para quitarse un año de en medio, cuidar de sus recién nacidos y poner las cosas en su sitio. Sus cosas en su lugar.

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