Monstruos Perfectos

Intrusismo profesional

Recuerdo que hace algunos años, pocos, los periodistas de carrera andaban indignadísmos contra las hordas de advenedizos que saltaban de las portadas de las revistas, los realities televisivos y las sábanas sucias hasta los sofás de los platós para hacerse opinadores omniscentes y ubicuos en tertulias donde se hablaba de la nada a gritos. De aquella época, apenas quedan restos –si acaso, Belén Esteban o Lecquio en el corro de ARQ– , gracias, por un lado, al supuesto declive del chisme televisivo y, por otro, a la admirable capacidad de reacción de los profesionales del periodismo chismoso, que supieron reciclarse y demostrar que ellos eran capaces de ser tan marrulleros, indecorosos, e impresentables como los amateurs. Y a fe que lo consiguieron.

Hoy, vivimos una nueva era del intrusismo profesional contra el que tanto clamaban los cotillas federados y que en este caso, no les afecta a ellos, sino que perjudica a los otros, a aquellos personajes que durante un tiempo fueron capaces de compaginar portadas con opiniones en directo. Los pobres. Que hoy se ven relegados a bolos en discotecas de polígono industrial, mientras su lugar en las crónicas rosas lo ocupa una política republicana de los EEUU, Aznar, una ministra francesa embarazada, una princesa con retoques faciales o el renacimiento capilar de José Bono. Es triste, pero es así.

Al menos, antes sabíamos que era todo por dinero. Bendito parné.

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