Buzón de Voz

Por amor a la patria

A todo presidente del Gobierno se le adjudican libros de cabecera que supuestamente entretienen sus insomnios o inspiran sus decisiones. No siempre son ciertas las lecturas ni la influencia real de los autores, encantados obviamente con la automática promoción de su obra. Pero a veces, sí. En el caso de José Luis Rodríguez Zapatero, primero fue el Republicanismo de Philip Pettit, a quien el actual presidente descubrió a finales de los años 90. En 2004 se conocieron y  el filósofo irlandés aceptó el reto de examinar la gestión del Gobierno español y el grado de cumplimiento de  sus principios políticos. Hace un par de meses, Pettit le puso un notable alto.

Poco antes del verano, las librerías agotaron también en pocos días el manual No pienses en un elefante, del lingüista y politólogo norteamericano George Lakoff, cuando se supo que circulaba entre los miembros de la dirección socialista y en el entorno presidencial. Este segundo título tenía más de táctica y autoayuda que de filosofía política. Ahora vaticinamos el renovado éxito de un tercer libro, Por amor a la patria, del italiano Maurizio Virolli. Se trata de un lúcido y hermoso ensayo publicado en español en 1997, pero de absoluta actualidad en estos días convulsos en los que todos los conceptos se mezclan y manipulan en la coctelera política.

Lo común

A finales del siglo XVIII, Samuel Johnson dejó escrito que "el patriotismo es el último refugio de los canallas". Desde entonces, con la inestimable ayuda de dictadores bananeros, militares brutotes y presuntos talentos de una miope intelectualidad izquierdista, el concepto de patriotismo ha quedado reservado con carácter casi exclusivo para todo tipo de fanáticos, ultras y nacionalistas radicales.

Resulta osado deducir la intencionalidad de un escritor muerto hace doscientos años, pero la época en la que vivió el doctor Johnson, su perfil y el conjunto de su obra apuntan más bien una inquina contra los "bribones" que "traicionaban" al Reino Unido en sus rebeldes colonias norteamericanas. Es decir, su famosa frase iba dirigida contra los "canallas", no contra los "patriotas".

Lo que en esencia defiende Maurizio Virolli es el fomento del patriotismo entendido como la capacidad de los ciudadanos de comprometerse en la defensa de las libertades y derechos comunes. Identifica el filósofo italiano la virtud cívica o política con el "amor a la patria". Pero no lo interpreta como la vinculación a la unidad cultural, étnica o religiosa de un pueblo, sino como el "amor a la libertad común" y el respeto a las reglas e instituciones que la sustentan.

A Zapatero le queda mucho trabajo por delante si quiere divulgar la interesante doctrina de Virolli, porque en España no resulta sencillo desde una posición de izquierdas defender y transformar el concepto de "patriotismo". Todas las dictaduras lo han exprimido como rasgo de identidad excluyente, y, después de cuarenta años de apropiación indebida, no es fácil variar el "marco", que diría Lakoff, en el que la mayoría de la gente progresista sitúa el término "patriota".  No se trata sólo del concepto, sino que a él se asocian símbolos que deberían representarnos a todos, pero que la derecha utiliza como propios. En esa estrategia ocurre como en los pucheros de montaña y todo vale para la mezcla: la bandera, el himno, la nación...

Ante una batalla electoral, resulta mucho menos práctica la discusión de conceptos (patriotismo, nacionalismo...) que la agitación de sentimientos. Los dos motores principales que mueven el voto, además de la ideología militante, son el dinero y las emociones. La economía, pese a los nubarrones, no parece ofrecer grietas que permitan a día de hoy convertirla en un arma de oposición al Gobierno de Zapatero. Así que los estrategas del Partido Popular (o de su entorno mediático) regresaron del verano ansiosos de enganchar alguna bandera que excitase los sentimientos de los ciudadanos.

Agotadas las mil y una teorías sobre el 11-M y descubiertas las falsas acusaciones en política antiterrorista, decidieron hacer bandera de la bandera. Un Ibarretxe testarudo y algunos grupos radicales envalentonados con altavoces jamás conseguidos hasta ahora echaron un cable involuntario a la causa. Y así llegamos ayer al clímax del 12 de octubre, Día de la Hispanidad, de la raza, de la Guardia Civil, Fiesta Nacional... Demasiadas celebraciones para una sola jornada, en la que el PP concentró los esfuerzos para recuperar la iniciativa política y para mantener prietas las filas.

La confusión

El patriotismo de Virolli sostiene, como el republicanismo cívico de Pettit, que el pilar fundamental de la democracia moderna es la ciudadanía. Se trataría de fomentar lo que nos une y de admitir deportivamente lo que nos separa. Ambos insisten en la
importancia de la educación como vehículo hacia una sociedad más abierta y tolerante.

Son mercancías de venta complicada en el corto plazo del juego político y mediático. Por ahí el PP tiene la ventaja de lanzar mensajes tan simples como sonoros. Incluso desde la contradicción interna. Esta misma semana lo hemos sufrido y comprobado. El martes, Mariano Rajoy nos recordó que "España es una nación con quinientos años de historia, la más antigua de Europa". Al día siguiente, Esperanza Aguirre proclamó que "el 2 de mayo de 1808 fue la génesis de la nación española". El PP debería aprovechar su convención de noviembre para aclararse de una vez por todas sobre el origen de España, si lo sitúa en el casamiento de Isabel y Fernando o en la guerra contra las tropas invasoras de Napoleón.

El asunto no es baladí cuando el PP pretende convertirlo en caballo de batalla electoral. Si considera que lo más grave de esta legislatura es la supuesta ruptura de España, se agradecería una distinción entre lo que es Estado y lo que es nación, cosa que aprenden sin mayores complicaciones los alumnos de segundo curso de la ESO.

Y se agradecería aún más poner fin a ese doble discurso que consiste, por un lado, en acusar al Gobierno de no ocuparse de los problemas reales de los españoles, y atizar al mismo tiempo todas las hogueras que se puedan prender: las banderas, el himno, la nación, el Estado... Las declaraciones de amor a la patria van a sucederse en los próximos meses. Y a lo mejor empiezan a retratarse los patriotas, de corazón o de hojalata.

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