Buzón de Voz

Guateque para dos

La escena es perfectamente imaginable. Mañana domingo, a las doce del mediodía, Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón suben al escenario del pabellón Madrid Arena como teloneros del líder, Mariano Rajoy, en la clausura de la Conferencia Política del Partido Popular. Y en lugar de ceñirse al guión previsto, les da un ataque de sinceridad ante el micrófono. Entonces podríamos escuchar un par de lindezas al estilo de las que se dedicaban lady Astor y Winston Churchill en los años treinta. La diputada conservadora le gritó un buen día en el Parlamento al primer ministro: "¡Si yo fuera su mujer le pondría arsénico en el café!". A lo que él, con sus mofletes sonrientes color coñac, respondió: "¡Si yo fuese su marido, me lo bebería!" .

No puede disimular Esperanza Aguirre el regocijo que circula por sus liberales venas cada vez que ve a su íntimo adversario Alberto Ruiz-Gallardón metido en un charco. Y el escándalo de corrupción destapado esta semana en el Ayuntamiento madrileño no es un charco pequeño, más bien un pantano de aquellos que inauguraba su suegro, Utrera Molina, acompañando a Franco para salir en el Nodo.

Porque alguien, ingenuamente, podría pensar que no es para tanto. Visto lo de Marbella, parece poca cosa una trama de funcionarios del Ayuntamiento, técnicos, abogados y arquitectos dedicados a cobrar comisiones por acelerar o atascar licencias de apertura, reapertura o reforma de locales de copas. Tres mil euros por aquí, 18.000 por allá... Si alguno se resiste, se le envía cada noche una patrulla bien escogida de la Policía Municipal a incordiar. Una actividad de aromas sicilianos, pero... ¿qué es eso en comparación con la Operación Malaya de los Roca, los Muñoz, los trampantojos y las Corullas? Calderilla.

Pues no pinta tan minúsculo el asunto. Más bien al contrario. Ruiz-Gallardón, sin duda uno de los políticos con mejor cabeza del lado diestro del paisaje, superó hace unos meses con astucia (y con la inestimable ayuda de un torpe Miguel Sebastián),  la pestilenta historia de las visitas de Montserrat Corulla a determinados funcionarios del consistorio capitalino. Esta matahari de las finanzas se movía por los despachos y por los restaurantes de lujo con la soltura de la Pantoja en los tablaos. El caso es que Gallardón no es que saliera impoluto de aquel asalto, sino que incluso salió reforzado.

Ahora lo tiene un poco más difícil. La Operación Guateque (ni a Rubalcaba se le habría ocurrido bautizar con tan mala leche un caso relacionado con Gallardón) tiene consecuencias políticas por mucho que el alcalde se empeñe en negarlas. Hasta donde sabemos a día de hoy, es cierto que el Ayuntamiento ha colaborado en la investigación de la trama de corrupción. Pero esta banda no llevaba cuatro meses actuando, sino años. Va oliendo a ladrillo, más que a bar de copas. Y, en cualquier caso, existe algo que Gallardón, número uno en sus oposiciones a fiscal, conoce perfectamente: la responsabilidad in vigilando. El mayor compromiso de un cargo político es el servicio público, el estricto cumplimiento de la ley y la defensa de los derechos y el bienestar de quienes lo han elegido. Si desde su puesto de mando no se entera de algo así, obviamente tiene por debajo concejales y altos cargos municipales nombrados a dedo con la obligación de enterarse, de no mirar para otro lado y de cortar la mano que toque la caja. Las prisas de Gallardón en negar cualquier responsabilidad política no tienen pase. Anunciar que el Ayuntamiento se presenta en el proceso como acusación particular o aceptar una comisión de investigación "cuando se levante el secreto del sumario" son medidas de puro marketing, pero difícilmente van a colar.

Llegó la hora

Todo el mundo sabe (y Gallardón no lo oculta) que en el PP hay una larga lista de espera de voluntarios para partirle la crisma políticamente en cuanto se vea obligado a doblar la cerviz. Y alguien ha enviado invitaciones para este siniestro guateque en el peor momento posible. A dos meses escasos de la presentación de las listas electorales del PP, donde insiste en figurar lo más cerca posible de Mariano Rajoy. Lo más cerca posible, por tanto, del vacío que deje Rajoy en el supuesto de que salga derrotado. Para ese hueco hay más bultos, y la fina estampa de Esperanza Aguirre no es precisamente el que menos se mueve en la misma dirección. La semana anterior, era Gallardón el que reía ("¿de verdad ha dicho eso?") cuando Aguirre presumía de ser considerada "lideresa" en el PP.  Ahora le toca a ella.

Mañana, al mediodía, ambos apostarán por el triunfo y escoltarán a Mariano Rajoy en la traca final de la convención. Quizás salte alguna sorpresa. Lo seguro, seguro, es que no habrá guateque de domingo por la tarde.

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