Buzón de Voz

El 'defecto Pizarro'

La lideresa está emocionada. Y cuando la lideresa se emociona, mejor no andar cerca, no te vaya a atizar un lagrimazo. Ayer por la mañana, mientras su entrañable enemigo Ruiz-Gallardón viajaba a Moscú y anulaba su asistencia al Vicente Calderón y a otros derbis más protocolarios, Esperanza Aguirre presentaba en Carabanchel ante la militancia del partido al superfichaje de la temporada de invierno, Manuel Pizarro. Evitó cualquier mención directa sobre la crisis de la que se siente vencedora, pero no desperdició la oportunidad para regodearse en las heridas causadas. "Estoy emocionada con Pizarro porque no es un divo", confesó la autoproclamada lideresa, y no podía referirse en la comparación a nadie más que al alcalde de Madrid, cuya afición a la ópera es tan conocida como el altísimo nivel de su  autoestima. Y añadió Aguirre, ya sobrada: "Pizarro es un superclase, un fichaje que viene a servir al partido y no a servirse del partido". ¿A quién acusaba la presidenta madrileña de servirse del partido? ¡Ah!, misterios.

Esto de los superfichajes ya lo hemos vivido. Los que habitualmente no sobreviven (en política, se entiende) son los superfichados. Baltasar Garzón volvió al juzgado; Ventura Pérez Mariño a Galicia; Victoria Camps a su cátedra; Jorge Semprún a sus libros y Josep Piqué a los negocios. Así que conviene esperar un tiempo, incluso más allá del 9 de marzo, para conocer exactamente el alcance del efecto Pizarro, tan deseado en el PP como en su día lo fue el efecto Garzón en las filas socialistas. Sin descartar siquiera la posibilidad de que en los próximos meses este fenómeno acabe diagnosticado más bien como defecto Pizarro.

El perfil

Para empezar, el propio Rajoy se fumigó buena parte de ese efecto a las 24 horas de conocerse el fichaje. Ceder a las presiones de Esperanza Aguirre, excluir a Gallardón de las listas, reunir a ambos para terminar a gritos, permitir que todo el mundo se entere y presentar horas después a Pizarro como el amadísimo número dos es una de las secuencias más surrealistas que se recuerdan en táctica política. Más incomprensible aún a 50 días de unas elecciones generales en las que Rajoy se lo juega todo, y en las que al PP, teóricamente, le venía bien contar con un Gallardón cuya imagen centrista compensara precisamente el giro a la derecha que el fichaje de Pizarro supone hasta para el Frankfurter Allgemeine.

El PP ha apostado por centrar su campaña electoral en el catastrofismo económico y en el mensaje de que la derecha gestiona mucho mejor que la izquierda el dinero de todos los españoles. Había que poner nombre, cara y ojos a esa estrategia, y parece que José María Aznar, el mismo que colocó a Rajoy de sucesor en el PP y a su íntimo amigo Pizarro de presidente en Endesa, sugirió la solución y hasta convenció al pretendido para que aceptara. Se le supone un perfil idóneo para convertirse en el Pedro Solbes del nuevo Gobierno.

Y quizás sea mucho suponer. Pizarro es abogado del Estado, aunque conoció la buena vida como agente de cambio y bolsa. Convirtió en boyante una compañía que hacía aguas y, andando el tiempo, demostró un olfato sorprendente para calcular los vaivenes de los valores. Bien conocido es el pelotazo que se garantizó comprando 50.000 acciones de Endesa tres días antes de que sufriera la primera opa. Siempre que alguien se lo menciona, él jura que fue casualidad, saca su vena baturra y el cuerpo le pide retar a duelo, pero los hechos son los hechos.

Por lo demás, su posición numantina en Endesa frente al culebrón de las opas (gestionado con los pies por un sector del Gobierno Zapatero) es la que ahora convierte a Pizarro en la estrella del PP. Lo cual resulta curioso, porque normalmente cuando una empresa es "opada" se debe a que está muy débil y su valor muy bajo, justo lo que ocurría en Endesa con Pizarro como presidente. De modo que se le puede dibujar como un mago de la cosa bursátil, pero no tanto como empresario de larga y exitosa trayectoria. Consiguió multiplicar por dos el valor de las endesas con una determinación tan "patriótica" que prefería entregar la eléctrica a los alemanes o a los italianos antes que a un catalán. Y dejó la presidencia con una indemnización de trece millones de euros e ingresó otros cuatro con la venta de sus acciones.

Tan brillante trayectoria asegura el futuro a Pizarro y a todos sus descendientes, pero no garantiza cualidades excepcionales para gestionar la economía nacional. Quien decidió el fichaje no parece tener mucha confianza en los cerebros económicos internos del PP, lo cual en su día también podría pasar factura. Quedamos a la espera, por tanto, para despejar la duda entre el efecto o el defecto Pizarro. Se verá.

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