Buzón de Voz

El PP estudia a Le Pen

El peligroso ultraderechista francés Le Pen y su colega belga Filip Dewinter están intentando crear una plataforma paneuropea cuyo principal ideario consiste en frenar la llegada de inmigrantes y "luchar contra la islamización de Europa". Sostienen que los partidos de derechas europeos se han instalado en la corrección política, lo que deja un hueco claro para pescar votos ultraconservadores. Dewinter, carismático líder del Vlaams Belang, que logró cerca del 20% de los votos en las últimas elecciones de junio en Bélgica, declaraba hace unos días: "Hoy no hay verdaderos partidos de derechas en Europa. La mayoría se están convirtiendo en socialdemócratas y no hablan de las preocupaciones reales de la gente, como la inmigración. Tal vez la excepción sea el Partido Popular español, un verdadero partido de derechas, pero los demás..." A la vista de la estrategia del PP ante las elecciones del 9 de marzo, parece que De-
winter sabe de lo que habla. Aquí no tiene mucho futuro su plataforma, porque el hueco de la derecha más extrema está perfectamente cubierto.

Mariano Rajoy ha conseguido un objetivo al que cualquier partido aspira: marcar la agenda del debate político. Eso sí, sin importarle los destrozos que por el camino se puedan producir. Hace meses que el PP machaca con la idea de que vivimos una profunda crisis económica, digan lo que digan el Fondo Monetario, el Banco de España o el mismísimo Emilio Botín. Se trata de mezclar en la misma coctelera el estallido de la burbuja inmobiliaria, la crisis financiera provocada en Estados Unidos por las hipotecas basura y la mano invisible que gobierna los ciclos económicos. Importa poco confundir una desaceleración con una recesión. Ese discurso puede calar en millones de ciudadanos que pasan apuros para llegar a fin de mes o ven crecer el coste de la cesta de la compra.

El voto y los valores

Pero no bastaba con hablar del bolsillo y de las cosas de comer. Está demostrado que la gente vota más por sus valores e identidades que por sus intereses económicos. ¿Cuál era entonces el siguiente paso necesario para el PP? Poner sobre la mesa un asunto que conecte la incertidumbre económica con el miedo a la pérdida de otros valores más intangibles: ¡eureka!, la inmigración. Bastaba con copiar la idea del Contrato de Integración inventado por el inefable Nicolas Sarkozy o el visado por puntos que en su día planteó CiU en Catalunya. Esas propuestas sirven sobre todo para que en todos los taxis, bares y barriadas urbanas se discuta sobre los inmigrantes irregulares, la "invasión magrebí", los albañiles polacos o esos camareros que tan mal sirven las cañas al exquisito Arias Cañete.

A la vista del inmediato hedor a xenofobia que despedía la propuesta, el PP ha matizado que su máximo objetivo en inmigración consiste en salvaguardar la igualdad de derechos entre hombre y mujer. Y lo visualiza en el polémico uso del velo por las niñas de religión musulmana. La igualdad de derechos ya está consagrada en el artículo 14 de la Constitución y desarrollada en unas cuantas leyes, la última de las cuales, por cierto, el propio PP recurrió ante el Tribunal Constitucional. La más alta magistratura respondió que la paridad busca precisamente seguir desarrollando ese derecho cuya defensa, de repente, tanto preocupa a la derecha. Si se trata de avanzar en la igualdad hombre-mujer, sería más coherente, por ejemplo, proponer medidas que reivindiquen la igualdad salarial entre hombres y mujeres que utilizar un símbolo religioso en un debate absolutamente ajeno a la religión.

Lo del velo, como esa otra exigencia a los inmigrantes de "respetar nuestras costumbres", denota claramente que la propuesta del PP conecta más bien con la cruzada lepeniana contra la "islamización de Europa", y no tiene ningún sentido para los inmigrantes latinoamericanos, de Europa del Este o del sur de Africa.

A esa estrategia dirigida a utilizar las emociones del personal le falta algún otro vértice. Una vez instalado el temor a una recesión, a perder el puesto de trabajo y a que nos invada un ejército de pobres de religiones extrañas, ahora hay que tocar la fibra del miedo más cercano, el que nos acecha en nuestras propias casas: la delincuencia. Da igual que haya bajado el número de homicidios, o que los robos más violentos sean cometidos por mafias de profesionales del crimen nada proclives a la firma de contratos de integración en los países en los que actúan.

El mayor riesgo que corre el PP en esta estrategia es el de ejecutarla con credibilidad. Su éxito o su fracaso dependen de que el PSOE sea capaz de confrontar la realidad de los problemas (no su negación) con ese mundo tenebroso que Rajoy, Pizarro y Arias Cañete nos pintan cada mañana.

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