Realpolitik

Es el Estado, amigo

Miembros de la Unidad Militar de Emergencia con trajes de protección, desinfectan los pasillos de la Estación de Santa Justa, en Sevilla. REUTERS/Stringer
Miembros de la Unidad Militar de Emergencia con trajes de protección, desinfectan los pasillos de la Estación de Santa Justa, en Sevilla. REUTERS/Stringer

No sé qué país nos vamos a encontrar cuando finalmente pase esta peste que nos ha tocado vivir, pero estoy seguro de que no será el mismo que se manifestaba inocentemente el 8M en las calles de todo el país, o iba al fútbol, o al basket, o a misa de 12 confiando en un Gobierno que nos había dicho que no pasaba nada y que ahora tiene a varios de sus miembros infectados y en cama.

El primer afectado por esta crisis es el populismo y sus líderes, porque esta crisis revaloriza cuatro elementos públicos tan ajenos a ellos que ni siquiera forma parte de su vocabulario:

En primer lugar, la crisis ha revalorizado ante la ciudadanía la sanidad pública universal como garantía de cohesión social, igualdad y excelencia ante la enfermedad. Con sinceridad creo que nadie en sus cabales desearía estar hoy en la piel de un norteamericano sin seguro médico privado.

También ha aumentado el valor social de los expertos, siempre incómodos a todo tipo de populismos por basar sus análisis en datos, no en las presunciones y prejuicios que forman el corpus doctrinal de nuestros nacionalpopulistas de plantilla.

Asimismo, ha despegado a nuestro alrededor la conciencia de que, queramos o no, formamos parte de una comunidad global que no entiende de estados ni fronteras, y cuyos problemas no se detienen en una aduana para mostrar el pasaporte. Algo que por otro lado ya aprendimos durante los 4 siglos que duraron las epidemias de peste en Europa y que jamás debimos olvidar.

De nada vale que Donald Trump califique al virus como "extranjero" o que el independentismo catalán más cerril e insolidario encabezado por su presidente Torra, haciendo un mágico dueto con el nacionalpopulismo español de Vox, reclamen al mismo tiempo, con el mismo gesto y casi con las mismas palabras obscenas el cierre de fronteras como mágico bálsamo que acabará con esta plaga, mientras los infectados se cuentan ya por miles dentro de esas mismas fronteras que quieren cerrar.

Pero sobre todo, si hay algo que está revalorizando esta crisis en las mentes de los españoles y españolas es el Estado, el motor oculto de nuestra vieja Españita, nuestro aparato administrativo, nuestra seguridad pública a cargo de policías y guardias civiles, nuestro ejército, nuestros sistemas públicos de infraestructuras, salud, transporte, inspección, educación, cada uno de ellos formado por miles de funcionarios que normalmente maltratados y minusvalorados por una parte de la ciudadanía, están demostrando su valor, compromiso y pericia en las peores circunstancias.

Nuestro particular Leviatan hobbesiano que, como a todos los titanes, les cuesta mucho levantarse, estirar sus entumecidos músculos y ponerse en marcha, pero que cuando coge velocidad resulta tan prodigioso como imparable.

Un Estado que lleva en franca retirada de todos los países de nuestro entorno desde el final del pasado siglo, en un proceso de demolición llevado en procesión a hombros de una supuesta modernidad y una pretendida eficiencia.

Un Estado cuestionado, vilipendiado y en muchos lugares (como por ejemplo Chile, y ya estamos viendo las consecuencias) sacrificado en el altar de los nuevos dioses de un liberalismo mal entendido y peor ejecutado.

Un Estado, que incluso en su mínima expresión ha sido convocado en muchos países, entre ellos el nuestro, como el campeón que necesitamos en este injusto torneo y se apresta a dar batalla en nuestro nombre y por nuestro bienestar.

Espero que cuando esto pase, que pasará, no olvidemos que en nuestras horas más oscuras, en el momento en el que los mercados se encogían cobardes ante las dificultades, tuvimos que recurrir a este soberbio Leviatán para que nos protegiese y nos cuidase. Y que Leviatán respondió.

De tal forma que cuando acabe la crisis lo que quede en nuestra memoria no sea ya la terrible e insolidaria frase de Rodrigo Rato: "Es el mercado amigo", sino que recordando lo vivido seamos capaces de responder con un contundente "Es el Estado, amigo".

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