El bullicio de decenas de voces hablando en cantonés es lo que más llama la atención en los restaurantes de dim-sum de Cantón, capital de la provincia china de Guangdong. Sin embargo, los tonos estridentes que caracterizan a este dialecto del chino, incomprensibles para un pekinés que sólo hable mandarín, desaparecen al entrar en el campus de la universidad Jinan, en pleno centro de la ciudad. La política lingüística del gobierno chino impone el mandarín como lengua de enseñanza en todas las escuelas secundarias y universidades del país, sin tener en cuenta que el cantonés continúa siendo la lengua materna de más de 80 millones de personas, incluyendo la mayoría de habitantes de Guangdong, Hong Kong y de las comunidades chinas más numerosas en el exterior.
"La situación del cantonés en Guangdong es preocupante", alerta Wu Wei, director del Instituto de Dialectos Chinos de la universidad Jinan, uno de los centros de estudios lingüísticos más reconocidos del país. La situación ha empeorado durante las últimas tres décadas con la llegada de millones de inmigrantes de todo el país para encontrar trabajo en esta rica provincia industrial del sur de China, conocida como "la fábrica del mundo".
Según Wu, el cantonés continúa siendo una lengua viva, "pero el mandarín se está expandiendo mucho más rápido de lo esperado, incluso en Hong Kong". En el Instituto todos hablan mandarín, ya que la mayoría de los profesores, como Wu, no son cantoneses. Que no haya expertos locales en un centro de este nivel es un indicador de cómo el régimen chino se empeña en controlar directamente todo lo relacionado con el desarrollo de culturas e identidades autóctonas, para asegurar que nada ponga en peligro la integridad de un país tan grande. Y en Guangdong, limitar el uso del cantonés tiene una importancia especial: "Pekín ve el cantonés como un transmisor de la cultura y los valores democráticos de Hong Kong", explica por teléfono Joseph Cheng, experto en política china de la City University of Hong Kong, a dos horas de tren de Cantón.

"Hay barrios en Cantón donde sólo se oye mandarín", admite Li. Uno de los mejores ejemplos es Shenzhen, la metrópolis levantada por el gobierno chino hace 30 años para introducir el capitalismo, en la frontera con Hong Kong. A diferencia de Cantón, la mayoría de los habitantes de Shenzhen son inmigrantes o hijos de inmigrantes que no hablan cantonés en casa.
El número cada vez mayor de inmigrantes que no aprenderán nunca el dialecto local en el trabajo ni en la escuela empieza a preocupar a los cantoneses. Algunos colegios han asignado un día de la semana para enseñar en cantonés, saltándose la normativa oficial, y las televisiones emiten programas para promocionar la cultura cantonesa. Sin embargo, "la mayoría de cantoneses aceptan que el mandarín es necesario para encontrar trabajo e impulsar el desarrollo económico", dice Cheng. Según el experto hongkonés, ser pragmático es un rasgo muy arraigado a la cultura china, sobre todo a la cantonesa. "Por eso no se quejan abiertamente a las autoridades", dice Cheng. Este pragmatismo tuvo el efecto contrario en los años 80, cuando en Pekín se puso de moda hablar con acento cantonés o utilizar expresiones propias de Guangdong, de donde salían los primeros empresarios en beneficiarse del boom económico chino. Hoy el mandarín es el idioma de los nuevos ricos chinos, magnates de la inmobiliaria y de la construcción de las grandes ciudades de la costa Este.
"La situación del cantonés llama la atención porque lo hablan millones de personas, pero en China hay muchos dialectos que están a punto de desaparecer", dice Wu. El profesor evita criticar directamente la política lingüística del gobierno por miedo a perder su puesto, pero admite que los políticos no se han dado cuenta de que fomentar el bilingüismo "ayudaría a preservar mejor el cantonés y a enriquecer una sociedad".
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