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El paisaje más bello

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de Física Atómica Molecular y Nuclear en la Universidad de Sevilla

Cuando Galileo hizo público el descubrimiento de los satélites de Júpiter hubo comentarios para todos los gustos no sólo en salones y alamedas sino en escalinatas, herrerías y tabernas. Pronto fueron apareciendo opiniones escritas, siendo una de ellas anónima aunque de origen claramente eclesiástico. Decía así: "Esas lunas no se ven con los ojos, por eso no tienen influencia sobre nosotros, por eso son inútiles y por eso no existen". No tema el lector: no sigue una diatriba contra la iglesia, sino una justificación y una posterior invitación.

Hasta que el gran toscano no apuntó su pequeño telescopio a los objetos celestes, se tenía un conocimiento del cielo acumulado durante miles de años usando sólo la simple vista. Los poblados e incluso las ciudades tenían pocos habitantes y eran más bien tenebrosos de noche, por lo que todos estaban tan familiarizados con el firmamento que saber los nombres de las constelaciones, las estrellas más notables y todos los planetas era tan corriente como saber los nombres de ríos, montes, lagos y demás accidentes importantes del entorno donde se vivía. Meteoritos e incluso los menos efímeros cometas y supernovas que alteraban la noche durante meses también eran familiares y pocos entendían el empeño eclesiástico de que fueran fenómenos atmosféricos o, al menos, sublunares. La perfección e inmutabilidad aristotélica del universo eran de obligada creencia.

En cualquier caso, era lógico que la aparición de cuatro lunas de una estrella errante, como así llamaban a los planetas, provocara escepticismo. Así pues, la primera sentencia del anónimo se puede justificar. La segunda también, porque aquella era época en que nadie dudaba que el horóscopo era decisivo en la adivinación del futuro. ¿Cómo iban a influir en nosotros esas intrusas lunas que ninguna acogida podían tener en las casas y los arcanos que tan bien funcionaban desde la noche de los tiempos? En consecuencia, la tercera frase del anónimo también era lógica: esos supuestos satélites de Júpiter eran inútiles. La cuarta, o sea, la conclusión del anónimo sí era más desquiciada, sobre todo escrita por un religioso, porque si lo que no se ve no existe... Da igual, porque lo importante es la invitación que sigue.

¿Desde cuándo no miramos apropiadamente el cielo de noche? Apropiadamente significa sin contaminación lumínica, es decir, en alta mar, en un lugar del campo o la montaña muy alejado de cualquier población o bien, quizá lo mejor, en mitad de un desierto. Si el lector no ha tenido esa experiencia, le invito a que organice una excursión exclusivamente para ello. Él y sus acompañantes estarán, seguramente, ante el paisaje más bello que se puede contemplar. Se lo pasarán tan bien que igual terminan soñando. Y de los sueños a la curiosidad y la ciencia hay muy pocos pasos.

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