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El sol nocturno

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de Física atómica, molecular y nuclear en la Universidad de Sevilla

Una de la infinidad de imágenes tan sugerentes como inquietantes que nos ofrece la Red es la de las luces del planeta durante la noche. En realidad, más que de una imagen se trata de una elaboradísima composición de imágenes tomadas por satélites que elimina las nubes e integra toda la superficie de la Tierra en una misma noche. El lector la encontrará fácilmente, aunque le puede ayudar la sentencia earth lights from space. Lo primero que destaca en la imagen es lo intensamente iluminada que está la costa este de Norteamérica y Europa. A su vez, África, que tiene mayor población que las dos zonas anteriores, en comparación está casi a oscuras salvo en Suráfrica. También llama la atención que India esté mucho más iluminada que China y que en Australia sólo destaque una estrecha franja costera. Y, por supuesto, Japón se muestra espléndido. La prueba más clara de la relación entre el consumo de luz eléctrica con la concentración urbana y el desarrollo industrial la da quizá Suramérica, donde destaca nítidamente el contorno marítimo.

Tras deleitarnos con la imagen, comenzamos a sacar conclusiones. La más obvia quizá sea la correlación que hay entre el consumo de energía y el desarrollo. Esto nos debería llevar al deseo de que más pronto que tarde las zonas oscuras del planeta luzcan tan radiantes como las de los países ricos. ¿O debería ser al revés? Hasta hace no mucho tiempo, las noches en nuestras ciudades eran tétricas y peligrosas. Sólo las calles con hornacinas de vírgenes y santos estaban tenuemente iluminadas por farolillos de llamas inciertas. Pocos se atrevían a deambular por ellas por miedo a perderse o a ser víctima de robos y violencia. Como recompensa se podía considerar que se conocía el firmamento tan bien como los accidentes geográficos del entorno: estrellas y constelaciones eran tan familiares como montes, ríos y barrancas. Hoy, desde cualquier ciudad del mundo iluminado apenas podemos distinguir unas decenas de estrellas en una noche despejada.

En cualquier caso, hay que reconocer que ha sido una conquista tener nuestras noches iluminadas, pero que entre los candiles distantes y la multitud de farolas iluminando avenidas y autopistas desiertas hay un término medio. La energía que se ahorraría atenuando el esplendor de nuestro artificial sol nocturno en el mundo desarrollado sería impresionante, pero aún más importante sería el ejemplo que daríamos a los países emergentes, porque tienen tanto derecho como nosotros al bienestar, pero el planeta cada vez parece menos dispuesto a soportar excesivo derroche para poca prosperidad.

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