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Día de difuntos

ORÍGENES // JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO

Todas las culturas humanas incluyen creencias sobre otra vida después de la muerte. Nuestra especie ha desarrollado una compleja y rica diversidad de rituales, que forman parte de la identidad cultural de cada pueblo y que evidencian la capacidad simbólica de nuestra mente. Estos rituales incluyen, por supuesto, diferentes modalidades de enterramiento, que han evolucionado a través de milenios. ¿Cuándo surgió este tipo de comportamiento con el cuerpo de los difuntos?

La pregunta conlleva un debate científico complejo, no exento de tentaciones especulativas sobre las evidencias arqueológicas halladas en muchos yacimientos; pero me interesa reflexionar sobre la convergencia de pensamiento entre dos humanidades diferentes: Homo sapiens y Homo neanderthalensis. Las dos especies se originaron en continentes distintos, a miles de kilómetros una de la otra. Los neandertales fueron una especie genuinamente europea, con raíces profundas en el continente que ahora habitamos los miembros de nuestra especie. Nuestro origen es africano, y todo apunta a que las dos especies compartimos un antecesor común, tan lejano en el tiempo que puede superar de largo el medio millón de años de antigüedad.

En términos evolutivos esa cifra es pequeña, aunque no despreciable; neandertales y humanos modernos somos primos hermanos, y parece que llegamos a hibridar de manera puntual en el área donde las poblaciones de una y otra especie compartieron o se disputaron el territorio. Nuestro origen común implica la tenencia de un cerebro muy similar, que desarrolló habilidades cognitivas muy parecidas. Su tecnología y la de los primeros sapiens era muy similar, y tan sólo adquirimos rasgos específicos propios tras su desaparición hace unos 30.000 años.
Con las diferencias interpretativas que conlleva siempre la ciencia, los neandertales enterraban también a su muertos. Yacimientos como los de Shanidar, en Irak (que inspiraron la conocida novela de Jean M. Auel El clan del oso cavernario), La Chapelle-aux-Saints, en Francia, o Teshik-Tash, en Uzbekistán, muestran claras evidencias no sólo de la práctica del enterramiento, sino de ritualidad.

Si nuestro antecesor común con los neandertales no enterraba a sus muertos, resulta muy interesante reflexionar sobre el hecho de una probable convergencia conceptual de la mente de las dos especies. El enterramiento acompañado de rituales funerarios implica procesos mentales de gran complejidad. Siempre me hago las mismas preguntas: ¿cómo sería el mundo de los neandertales de haber sobrevivido a su competencia específica con nosotros?, ¿qué cotas de tecnología habrían alcanzado? No me cabe duda de que también habrían dedicado un día a honrar a sus difuntos.

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