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Dolencias del pasado (II)

ORÍGENES // JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO

* Director del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana, Burgos

Los dientes son los elementos más abundantes del registro fósil y resultan una fuente de información fabulosa para estudiar la biología de nuestros ancestros. Podríamos hablar de lo que nos cuentan los dientes sobre el crecimiento y desarrollo de nuestros ancestros, de la posibilidad de identificar especies gracias a sus rasgos anatómicos, del tipo de dieta, etc. Una verdadera caja negra que contiene información muy valiosa de cada uno de nosotros. Algunas de las enfermedades del pasado quedan impresas para siempre en los dientes y nos hablan de la salud y de la higiene de todos los homínidos que nos han precedido.

Aunque los agentes patógenos que provocan la caries coexistieron con los homínidos del Plioceno y Pleistoceno, tan sólo se conoce un caso (cráneo de Kabwe, Sudáfrica, ca. 250.000 años) con esta enfermedad, tan común en la actualidad. La agricultura y la ingesta habitual de hidratos de carbono y azúcares desencadenaron uno de los peores problemas que afectan a las sociedades actuales. En cambio, la higiene bucal nos permite tener las encías sanas durante muchos años. Nuestros ancestros no se cepillaban los dientes después de cada comida y el sarro dental se acumulaba en grandes cantidades. Una consecuencia de este proceso es la reabsorción del hueso alveolar, con el consiguiente descalzamiento y caída prematura de los dientes, que pierden su soporte óseo. Lo que hoy día sucede hacia los 70 años, en las poblaciones del Pleistoceno era muy común incluso antes de los 40.

La formación de los tejidos dentales, esmalte y dentina, es muy sensible a situaciones de estrés producidos por enfermedades o dietas pobres e insuficientes (hambrunas). Estos episodios producen secuelas, que persisten a modo de cicatrices muy visibles (hipoplasia del esmalte). Nuestros antepasados apenas presentan estas secuelas. Más bien al contrario, el esmalte de sus diente refleja un crecimiento muy saludable. Como explicaba hace un par de semanas, tan sólo los individuos más sanos llegaban a la edad reproductora. Pero es muy frecuente observar en el primer molar permanente dos cicatrices: una muy fina, que refleja el momento del nacimiento, y una segunda más aparente, que  se relaciona con la época del destete y el cambio hacia la dieta propia de los adultos. Es relativamente sencillo averiguar que en las especies más próximas a nosotros, como los neandertales, el destete de los niños se producía entre los tres y los cuatro años de vida.

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