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El proceso de humanización (I)

ORÍGENES // JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO

*Director del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana, en Burgos

En la década de 1970 algunos estudiosos de la evolución humana estuvieron empeñados en "humanizar" a todos los miembros conocidos de nuestro linaje evolutivo. Los primitivos australopitecos de las regiones africanas de Hadar y Laetoli (Australopithecus afarensis), entonces recién descubiertos, llegaron a interpretarse utilizando modelos sociales actuales. Se aceptó incluso que la duración del crecimiento y el patrón de desarrollo de ésta y otras especies de australopitecos y parántropos (género Paranthropus) de hace entre cuatro y dos millones de años eran similares, sino idénticos, a los de los humanos actuales. Pero en la década siguiente un investigador estadounidense planteó una cuestión crucial: "¿Si los australopitecos crecían y se desarrollaban como nosotros, porque no eran también similares a nosotros en aspectos tan específicos como las proporciones corporales o el volumen cerebral?". La pregunta encerraba mucha miga; en efecto, los adultos de todas las especies animales somos el resultado de un crecimiento y desarrollo singulares, con una regulación genética propia de cada especie.

En pocos años, y gracias a los estudios de éste y otros muchos investigadores, se aceptó que los australopitecos e incluso los miembros de la especie Homo habilis tenían un crecimiento que duraba tan sólo unos 10 ó 11 años, como sucede en gorilas y chimpancés. Además, el patrón de desarrollo de aquellos homínidos constaba de dos fases bien definidas: un largo periodo infantil, que terminaba con el destete, y un periodo juvenil también de larga duración, que culminaba con la maduración sexual y el paso inmediato al estado adulto. En otras palabras, el modelo de crecimiento y desarrollo de los australopitecos y aún de los más antiguos representantes del género Homo habría sido similar al de todos los mamíferos. Así, en gorilas y chimpancés la fase de desarrollo infantil se caracteriza por la lactancia, la dentición de leche y un crecimiento muy rápido del cuerpo y del cerebro. Tras el periodo de destete, la fase juvenil viene definida por una tasa de crecimiento más lenta y la aparición progresiva de los rasgos propios del adulto.

Nuestra singularidad reside en que hemos modificado ese modelo, incluyendo como novedad evolutiva dos etapas adicionales: la niñez, entre la infancia y la fase juvenil, y la adolescencia al final de esta última. Además, hemos prolongado el tiempo de crecimiento en unos siete años. Las investigaciones aún no han dilucidado cuando se iniciaron estos cambios, pero todo parece indicar que hacia finales del Pleistoceno Inferior, cuando nuestro cerebro ya superaba con creces los 1.000 centímetros cúbicos de capacidad craneal, los homínidos alcanzamos un modelo de desarrollo similar al de Homo sapiens. En este sentido, y en el significado biológico del término, podemos decir que somos humanos desde hace casi un millón de años.

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