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La piedra solar vikinga

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de Física atómica, molecular y nuclear en la Universidad de Sevilla

Un misterio histórico es cómo diablos navegaban los vikingos sin conocer la brújula y estando casi siempre nublado en sus dominios, porque el hecho es que dominaron el Atlántico Norte (y parte del sureño) durante tres siglos a partir de 900 dC. Las leyendas hablan del uso de unas extrañas piedras solares. Hace unos 50 años un arqueólogo danés dio una pista: usaban la polarización de la luz dispersada por las nubes. Pocos le creyeron porque no se entreveía la manera de hacerlo.

La revista del CERN (Centro Europeo de Investigaciones Nucleares) de este mes se hace eco del descubrimiento de unos físicos húngaros. Sostienen que los vikingos usaron la calcita, un cristal que es un polarizador natural. La orientación usando estas "piedras solares" la podían llevar a cabo de la siguiente manera.Navegando en un día nublado cuando no se tiene idea de dónde está el sol, los vikingos escudriñaban el cielo con un trozo de calcita girándola de vez en cuando.

En un punto determinado encontraban que el brillo aumentaba notablemente. Determinaban así una línea que apuntaba al sol. Continuaban navegando y repetían la operación. Esas dos líneas daban una buena estimación de dónde se encontraba el astro. Con un artilugio móvil, colocaban una antorcha en una posición de esa dirección simulando así la estrella. Con un reloj solar, que eso sí que sabían manejar bien los vikingos, lo cual está lejos de ser una trivialidad, averiguaban no sólo la hora sino que mantenían la posición del sol. De esta manera determinaban el rumbo.

El método está en discusión, porque hay que tener mucha habilidad para llevarlo a cabo en días muy nublados, pero es la primera vez que se demuestra que el arqueólogo danés quizá llevara razón, siendo además una forma de explicar la leyenda de las misteriosas piedras solares vikingas.Pensemos un momento en el esfuerzo que ha supuesto el intento de dilucidar el misterio anterior. Durante décadas se han dedicado a ello algunos historiadores, arqueólogos, mineralogistas, físicos y un largo etcétera de científicos. Todas esas investigaciones han costado un dinero. El que sea. ¿Para qué ha servido el hallazgo? Para nada salvo, quizás, algo un tanto sutil: el lector posiblemente ha sonreído para sus adentros al darle rienda suelta a la imaginación mientras leía las conclusiones anteriores. Seguramente sólo por eso ha merecido la pena gastar tanto esfuerzo y dinero. Hablamos de ciencia.

 

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