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De serpientes, anillos y mujeres inflamadas

CIENCIA SOÑADA // JORGE BARRERO

Giessen, Alemania, 1850. Una mujer bebe suficiente licor como para volverse inflamable y muere calcinada por combustión espontánea... ¿O quizá ha sido asesinada?. Llaman al barón Von Liebig, reputado científico y profesor de química en la Universidad, para resolver el dilema. Luego, declara un estudiante de Arquitectura, August Kekulé, vecino de la víctima y testigo clave para que imputen a la asistenta, a la que había sorprendido con un anillo de la dama.

A raíz de este encuentro, Kekulé deja sus estudios y se inicia en la química. Ahora, trabaja en otra arquitectura, la de las moléculas que componen la materia orgánica, un complicado mecano que se construye gracias al enlace de átomos de carbono de una forma que la ciencia todavía no ha podido explicar. Cinco años después, el ya joven graduado disfruta de una estancia de investigación en Londres. De vuelta a casa en bus, se adormece y sueña con átomos. "¡Clapham Road!", anuncia el cochero. August despierta sobresaltado, pero su mente está clara y las ideas soñadas le sirven para proponer una teoría novedosa sobre el enlace del carbono.

Las ideas de Kekulé seducen a la Academia, pero hacen falta más pruebas, aún es un desconocido. Kekulé fija su siguiente objetivo. La estructura de un componente del gas de alumbrado recientemente descubierto por Faraday, el benceno, desconcierta a los químicos. Son seis átomos de carbono y seis de hidrógeno, dispuestos de una manera que nadie consigue comprender. Una noche de 1962, Kekulé se desespera frente a sus libros, el enigma se le resiste. Cansado de luchar, se acomodada frente a la chimenea y cae dormido. De nuevo, sueña con una danza de átomos, pero esta vez se transforman en serpientes que se muerden la cola formando un anillo.

Kekulé despierta y, tras horas en vela, plantea una estructura anular para el benceno. La misma estructura hexagonal mil veces repetida en los libros de química y presente en moléculas tan diversas como el paracetamol, el aroma de vainilla e infinidad de disolventes, colorantes, vitaminas y hormonas. Este segundo hallazgo, publicado en 1865, le consagra y permite con el tiempo el desarrollo de una potente industria de síntesis de colorantes que facilitó el dominio alemán en el sector químico y farmacéutico durante más de un siglo.

Celebraba el 25 aniversario de su descubrimiento más célebre cuando Kekulé se animó por fin a revelar el origen onírico de sus hallazgos en un discurso considerado su testamento espiritual: "Aprendamos a soñar, caballeros, y así quizás conozcamos la verdad. Pero librémonos de publicar estos sueños antes de que hayan sido examinados por nuestra inteligencia despierta. Dejemos colgar la fruta hasta que esté madura. La fruta verde no es provechosa para quien la cultiva y hace daño a quien la toma".

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