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Poder y placer

ORÍGENES // JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO

* Director del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana, Burgos

No parece fácil conocer las sensaciones de un macho alfa de la especie Pan troglodytes cuando consigue el liderazgo de su grupo. ¿Tal vez su cerebro segrega endorfinas o dopaminas, que le producen placer por el hecho de estar en lo más alto de la jerarquía del grupo? Como no podemos ponernos en la piel de un chimpancé, lo dejaremos en la pura necesidad de una jerarquía natural, que beneficia la supervivencia de la especie.

Todos conocemos por experiencia la euforia y felicidad que nos produce el placer físico, emocional o intelectual. La misma bioquímica es responsable del placer que provoca la sensación de poder. Ahora bien, me gustaría distinguir entre el placer que puede experimentar un líder natural, por el hecho de guiar a los suyos hacia un estado de bienestar o de triunfo, y el placer del poder por el poder. Entre los humanos, la existencia de líderes naturales carentes de ego, guiados por su propia condición genética en beneficio del bien común es poco frecuente. Por el contrario, las sociedades modernas, formadas por un número muy elevado de individuos, casi siempre más inteligentes que los chimpancés y con un elevado grado de autoconsciencia, hemos ideado modelos mucho más sofisticados.

Lo queramos o no, las sociedades actuales modernas están condicionadas por las élites de poder. Las primeras que nos vienen a la cabeza son las económicas y las políticas, pero también están las científicas, culturales, religiosas, etcétera. El entendimiento entre las élites es muy complejo y en muchas ocasiones su desarrollo va unido a una fuerte rivalidad. La integración vertical de estas élites en la sociedad es aún más compleja. Todas son legítimas, pero su poder se retroalimenta y crea una tupida red muy difícil de atravesar. Las élites económicas son casi impenetrables, porque funcionan generalmente en un deseado anonimato. En cambio, las élites políticas están expuestas a la mirada crítica de los poderes mediáticos, sobre todo en las sociedades que se llaman democráticas.

A las élites políticas no les queda más remedio que aparentar su integración vertical en la sociedad, pero en realidad su mayor satisfacción reside en el puro placer de la hegemonía. Ni siquiera es habitual que tales élites sean dirigidas por un líder natural, que también lo es de toda la sociedad a la que representa. Por supuesto, experimentar ese placer bioquímico es legítimo y casi diría que necesario. Pero, como todos los placeres, es efímero y las endorfinas o la serotonina dejan de hacer efecto a medida que la resolución de los problemas sociales es más acuciante. Por fortuna, para el común de los mortales, existen múltiples alternativas para lograr el placer de la felicidad.

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