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El color púrpura

ORÍGENES// JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO

* Director del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana, en Burgos

En los chimpancés (Pan troglodytes), con quienes compartimos el 99 por ciento de nuestro genoma, la jerarquía social es relativamente simple. El macho alfa lidera el grupo con la autoridad que le confiere su fuerza y su inteligencia. Los demás miembros del grupo, incluidos los machos más jóvenes que aspiran al liderazgo, reconocen esa autoridad que emana de un comportamiento puramente biológico. En los humanos actuales, quizás la especie de primate más social que jamás haya existido, la jerarquía ha adquirido un grado de complejidad extraordinario. El impresionante crecimiento demográfico que comenzó en el Neolítico ha originado la formación de grupos cada vez más numerosos, que vivimos en pueblos y ciudades de hasta varios millones de habitantes. El desarrollo de instituciones o asociaciones de naturaleza muy diversa precisan de una organización jerárquica más o menos compleja.

Nuestra capacidad visual estereoscópica y en color, adquirida hace varios millones de años en los frondosos bosques de África, se ha complementado con nuestra capacidad simbólica para establecer un mundo infinito de formas y colores, que resuelven de manera ingeniosa el problema de las jerarquías más complejas. Por ejemplo, los ejércitos utilizan un conjunto de símbolos de colores diversos, que permiten a sus componentes reconocer con un sólo golpe de vista tanto a los individuos de rango inferior como a los de rango superior. Una vez establecidas las reglas del juego, los ejércitos se organizan para cumplir lo mejor posible su cometido. No existe la posibilidad de cuestionar las órdenes de los superiores. La jerarquía natural deja paso a la jerarquía cultural.

Las instituciones religiosas, como no, también han tenido que recurrir al simbolismo para establecer sus jerarquías, fundamentalmente mediante adornos y atuendos de diversos colores. La religión católica es un buen ejemplo. La llamada jerarquía eclesiástica es piramidal y se basa, como todas las organizaciones, en unas reglas del juego bien establecidas. Las órdenes se dictan por quienes detentan la máxima autoridad jerárquica y se envían mensajes a los fieles, que deberían ser cumplidos si se quiere alcanzar la eterna felicidad. Lo que llama más la atención es que estos mensajes tienen ya muy poco que ver con la esencia de las enseñanzas predicadas hace 2000 años por Alguien (con mayúsculas y con todos los respetos), que en los tiempos que corren habría sido calificado de progresista de izquierdas. Desde luego, nada que nos pueda extrañar. Al fin y al cabo no dejamos de ser una especie de primate social, territorial, jerárquico, de gran inteligencia, con una adaptación muy peculiar que es la cultura.

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