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El tiempo no existe

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de Física Atómica Molecular y Nuclear, Universidad de Sevilla

La última moda en ciertos círculos de filósofos y físicos teóricos es argumentar que el tiempo no existe. ¿Es esto realmente una idea o es más bien una ingeniosidad más? Para los físicos, si no se entrevé un experimento que aporte luz al asunto, es una ocurrencia. Pero hemos de estar de acuerdo en que el asunto es atractivo por peliagudo. Porque, de entrada, ¿qué es el tiempo? En esto, y sin que sirva de precedente, porque es respuesta de estudiante poco aventajado, estoy de acuerdo con San Agustín: "Sé lo que es, pero si alguien me lo pregunta, no sabría responderle".

La ciencia ha afrontado el tiempo fundamentalmente tratando de conceptualizarlo y medirlo. Desde que los filósofos griegos e hindúes antiguos colocaron el tiempo en lugar privilegiado de sus lucubraciones, los dos asuntos, el dominio conceptual del tiempo y el control de su medida, han ido en paralelo con el desarrollo de la humanidad. Se podría aventurar incluso que las respuestas al pasmo de San Agustín han sido las que han propiciado el avance del homo sapiens. No es exageración, pues piénsese, por ejemplo, en una secuencia de autores como Aristóteles, Newton, Boltzmann, Einstein, etcétera. Para todos ellos el tiempo fue tan relevante que escudriñarlo fue lo que les llevó a sus grandiosas teorías. Todos murieron insatisfechos con sus resultados, tanto es así que alguien dijo que el tiempo es un gran maestro que, desgraciadamente, mata a todos sus pupilos.

La conquista tecnológica directa del tiempo sí que es más divertida, por prosaica. Con el calendario se domeñó el día; con los relojes de sol, las clepsidras y las ampollas de arena se definieron las horas y los minutos. Las necesidades de la navegación propiciaron el reloj de resorte para calcular la longitud y con él se conquistaron los segundos. El viaje a la Luna exigió pasar del áncora a cuerda al cuarzo vibrador. Con los relojes digitales se llegó a las milésimas de segundo. Y así, el dominio de los microsegundos (millonésimas), nanosegundos (mil millonésimas), etcétera dio lugar a la electrónica moderna, algunos de cuyos cúlmenes son los ordenadores y los teléfonos móviles.

Imagine el lector el tiempo como el Nilo. A lo largo de milenios el río, que sólo fluye en una dirección, ha afanado a agricultores, navegantes, pescadores, turistas, ingenieros de presas... Hay incluso filósofos y físicos teóricos que sostienen que los componentes del agua, los átomos y las moléculas tienen movimientos que nada tienen que ver con el fluir de la corriente. Entre tanto provecho, disfrute y especulación, alguien dice que el Nilo no existe. Todos mirarán sorprendidos al autor de la afirmación y alguno preguntará en qué se basa para decir tal cosa. Tras tremenda perorata sin experimento que la sostenga, todos les darán la espalda con indiferencia volviendo a su trabajo en el río.

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